martes, 15 de febrero de 2005

La edad de la inocencia, de Edith Wharton

La Edad de la inocencia.
The age of inocence
Edith Wharton
Colección de novela romántica
Género: novela de costumbres, romántica.
 


Argumento

Un joven abogado a punto de casarse, se siente atraído por la Condesa Olenska, pariente de su mujer, en el Nueva York del siglo pasado.

Comentario

Cuando empiezas a leer este libro crees que se trata de otra novela decimonónica sobre adulterios, al estilo de La Regenta, Madame Bovary y similares. Sin embargo, aquí todo es más sutil. Más bien se trata de la historia de un adulterio frustrado, de una fantasía, lo cual queda de manifiesto sobre todo al final.

La autora ofrece un retrato de los ambientes de la alta sociedad neoyorkina y de los personajes que la componen, usando una prosa efectiva, elegante y elaborada, pero sin perder la sencillez, y dotada de un cierto sentido del humor. No hay alardes vanguardistas. La historia se narra en el clásico estilo lineal. Abundan las descripciones de eventos sociales, vestidos y personajes. Se aprecia un gusto por el detalle muy desarrollado. Eso implica que la novela sea bastante visual. Hay más descripción de acciones que introspección, aunque, curiosamente, lo importante sucede en el cerebro del protagonista, Newland Archer, un joven abogado comprometido con May, que se siente atraído por la prima de esta, la Condesa Olenska, mujer mundana, a la que todos consideran excéntrica por su formación europea (y que él conoció de niña). En varios pasajes se pone de manifiesto esa oposición cultural entre Estados Unidos y Europa. El mundo americano es descrito quizás de un modo bastante amable, entrañable, aunque no exento de cierta crítica.

Newland tiene ideas progresistas sobre el matrimonio, considerado como camaradería con la mujer; pero pronto caerá en la misma rutina y convencionalismo que todos los demás. Desprecia a otros personajes masculinos que tienen amantes, y, sin embargo, él desea serlo de Ellen Olenska. La autora incide en la contradicción, haciendo que Newland busque excusas para justificar que lo suyo “es diferente”.

May arrastra a Archer al matrimonio. Parece una mujer simple y convencional, pero al final sabremos que no era tan tonta como daba a entender, y que había actuado “a sus espaldas” para lograr sus fines (la conservación del lazo matrimonial).

Quizás la introducción y la descripción de escenas costumbristas del inicio es demasiado larga. Durante muchas páginas la acción no avanza.

Un punto importante es cuando Newland inicia el acercamiento a Ellen. Ella parece mostrarse receptiva, pero sus encuentros son muy etéreos. Cuando él le pide directamente que sean amantes, ella parece reticente.

La estructura del libro es circular. Se inicia con Newland y Ellen encontrándose en la Opera (Ellen acaba de llegar de Europa, tras fugarse de la casa de su marido, un conde que le da mala vida, y está tramitando el divorcio); y cerca del final hay otra escena similar en la Opera, donde Newland recuerda la primera. Ellen acaba marchándose de nuevo a Europa, pero no con su marido.

Pero la escena más importante es la reunión que celebra May al final para despedir a Ellen. Newland, que no sabía que la condesa tenía pensado irse, ignora qué está ocurriendo. Para el lector también parece una escena trivial. Sólo treinta años más tarde llegaría a enterarse de que su mujer le dijo a Ellen que estaba embarazada, y que eso determinó su marcha, para no interferir. Todo es muy sutil; no se explica, más bien se deja a la imaginación del lector, de modo que son posibles varias interpretaciones.

Ese salto de treinta años al final del libro es lo más interesante del mismo. May ha muerto y él tiene ya hijos mayores. Uno de ellos, se lo lleva de viaje a París donde vive Ellen. Cuando le pide que suba a ver a la mujer, Newland se niega; le pide que suba él primero. Pero pasado un tiempo, el hombre se va a dar una vuelta por París. Se revela que prefiere mantener el recuerdode un amor pasado, que no era sino una ilusión, algo ideal. Ese ideal que lo llevó en los momentos más exacerbados de su pasión amorosa a desear incluso la muerte de su mujer, una fantasía que no llegó a cumplirse hasta mucho después; y como vimos, una vez cumplida, no sirvió para que él satisficiera su sueño.

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