martes, 10 de junio de 2008

El cuarto reino, de Francesc Miralles



Editorial: Martinez Roca
412 páginas
21,50 €
Argumento:

El periodista Leo Vidal recibe el encargo de encontrar una fotografía que acredite la presencia de los nazis en Montserrat durante 1940.

Comentario (con spoilers):

Tras un prólogo en 1940 que parece dejar claro que la novela tratará de la ya clásica búsqueda del Grial, comienza lo que parece una guía de viajes relatada en primera persona por el periodista Leo Vidal, un norteamericano de origen catalán que se mueve con soltura por todo el mundo.

En la primera parte (La máscara del miedo), que transcurre en Suiza, además de unas cuantas anécdotas sobre el país y sus habitantes, el protagonista encuentra "señales" por todas partes, desde la reseña en un periódico sobre la muerte de un conocido con quien había coincidido en la universidad hasta una exposición de la obra de Paul Klee o las frases publicitarias en los sobres de azúcar que lee mientras espera en el aeropuerto.

En un principio parece que todas estas coincidencias puedan tener importancia en la trama, aunque sólo sea por su insistencia. Al continuar la lectura se hace evidente que no es así, por lo que quizá se trate de un intento de humor o ironía por parte del autor...

Cuando el protagonista llega a Japón y continúa con su guía de viajes y anécdotas, aparecen mujeres bellas y misteriosas y se le muere cada persona con la que se encuentra justo tras darle la información que necesita, se impone la reflexión.

Se trata de una novela escrita en primera persona, una elección que podría deberse a un intento de propiciar la identificación con el protagonista y lo que le ocurre, aunque también podría intentar disimular los limitados recursos del autor para crear escenas y situaciones e incluso para justificar lo que sucede.

Como los acontecimientos son narrados desde su punto de vista sólo se sabe lo que Vidal, por lo que desde el principio de la historia hay que realizar casi un acto de fe para continuar leyendo. Al protagonista le dicen que realizar una investigación rutinaria con éxito le convierte prácticamente en la única persona que puede cumplir con éxito el siguiente encargo y se lo cree.

Él, y eso que es periodista, no se cuestiona en ningún momento la veracidad de la supuesta misión, ni se interesa por conocer la identidad de su contratador, sólo se deja llevar de un lado a otro aceptando como válido todo lo que le pasa.

La historia avanza apenas entre las mencionadas anécdotas culturales que, aparte de ser curiosas, no aportan nada a la historia, mientras el protagonista se libra una y otra vez de la muerte con justificaciones absurdas como que quizá los asesinos no tenían tiempo de pegarle un tiro en su prisa por alejarse de una posible aparición de la policía etc.

Si bien es cierto que en la última parte de la novela, y con la aparición de un personaje inesperado se "justifica" tanto que le elijan para buscar la foto como que no le maten, las excusas que se le ocurren a él y esta "explicación" son tan inverosímiles como el resto.

Otra muestra de la aparente falta de recursos del autor es que el protagonista siempre acierta, él saca su conclusión y es la correcta, ya sea la lectura de un prospecto publicitario, la visita a las cuevas de salitre durante la que el guía le lleva al lugar donde estaba escondido el supuesto Grial o el paralelismo que establece entre Montserrat y la isla caribeña del mismo nombre donde se desarrolla la última parte de la aventura.

Entre tanto viaje, el protagonista encuentra ocasión para relacionarse, para su propia sorpresa, con varias mujeres bellas y letales, demuestra tener poco de americano y moverse por Montserrat como por su casa, hace unos apuntes de su vida con una hija adolescente poco convencional y se precipita hacia un final con sorpresa (lo que encuentran no es el Grial) y erupción volcánica incluida que mantiene la impresión de que el autor no ha sabido (¿o querido?) pergeñar una trama creíble.

Es esta exagerada acumulación de absurdos y despropósitos la que, tras la incrédula frustración inicial, obliga a cuestionarse si de verdad se trata de una novela malísima o es algo hecho a propósito para burlarse del género. En caso de ser así, el autor se muestra en extremo sutil y se diría que, si se trata de ironizar, falla estrepitosamente en un propósito que carece de la mala leche que se espera de una parodia, y resulta difícil discernir si va o no en serio y cual es su propósito, por lo que la novela no funciona sea cual sea su intención.

Por cierto, "El Cuarto Reino" participa de una especie de juego entre autores con "La Muerte de Venus", de Care Santos. Ambas comparten el personaje del perro Hunter, en cada una hay un personaje que lee la otra novela y la frase final de una: "La muerte es sólo el principio" es el comienzo de la otra.


*** T ***

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