domingo, 5 de octubre de 2008

El Papa Mago, Miguel Ruiz Montañez

 El Papa Mago
Miguel Ruiz Montáñez
Editorial Martínez Roca
Páginas: 573


Argumento:

Un conde francés, empresario del champagne, encuentra en su castillo una cabeza parlante obra del famoso papa Silvestre II, que se supone que contiene  saberes ocultos. Cuando el conde desaparece, su esposa contrata a un detective para localizarlo.

Comentario (con Spoilers):

Hacía tiempo que no me exasperaba tanto un libro. Lo compré llevada por el interés hacia el personaje que le da título, Gerbert D'Aurillac, que fue papa bajo el nombre de Silvestre II, una figura increíblemente atractiva, llena  de misterio, un científico de la época medieval del que todo el mundo desconfiaba por lo avanzado de sus conocimientos, y que por envidia, miedo o lo que fuera, recibió acusaciones de pactar con el diablo, incluso desde dentro de la propia Iglesia. Sin embargo, esta novela es una ofensa  a la memoria del papa del Año Mil. En primer lugar, porque el título es un mero gancho engañoso. De Silvestre se habla lo justo; de hecho la novela está ambientada en nuestra época, y se le menciona casi siempre en relación a la parte más mítica de su vida, la de la magia y los pactos satánicos, de forma superficial (tipo wikipedia) y anodina.  Por si no fuera bastante esto, la prosa deja mucho que desear, pero ya hablaremos del tema...

La prosa no es muy correcta. Todas las frases tienen la misma estructura; se abusa de las explicaciones innecesarias introducidas por "porque", "ya que", "dado que", etc, de oraciones de relativo encadenadas con "que", "la cual", etc, hasta dos o tres en una misma oración; de gerundios. No sabe utilizar determinadas palabras cuyos significados ignora o inventa; los personajes nunca hacen nada directamente, solo "determinan hacer", "deciden", "optan por"; casi todo es para el autor "profundo" (esta palabra se debe repetir como unas cien veces). Mezcla un registro más elevado del discurso con voces coloquiales como "tío", "chaval"... También hay diferentes tiempos verbales juntos. Las frases son a veces tan caóticas y sin sentido que tienes que leer dos veces para entender qué quiere decir; parece que ellas mismas son el enigma más complicado de la obra. En cuanto a los diálogos, en fin, son un desastre, antinaturales a tope.

Si hablamos del argumento, el libro no queda mucho mejor. En 573 páginas no pasa casi nada; los personajes van a determinadas ciudades porque sí, porque como Silvestre estuvo allí o tuvo relación con ellas... pues hala, para allá vamos... Lo malo es que una vez en estas ciudades (Ripoll, Córdoba, Roma), el autor se limita a llevarnos a ciertos edificios emblemáticos que describe a guisa de guía turístico, casi sin relación con la trama (o con una relación preocupantemente débil). Los personajes no deducen nada, ni resuelven grandes enigmas, van a ciegas, llevados por ¿su intuición? Como buscan al conde y Silvestre estuvo en Córdoba, se van a la Mezquita... Y como no estaba en la Mezquita,  luego van a Medina Azahara; y ¡encuentran al conde desaparecido! En Medina Azahara descubren tres RRR y concluyen que se trata de Reims, Rávena y Roma, porque son ciudades relacionadas con Silvestre. ¿Y por qué no Ripoll, también relacionada? Luego deciden que unos irán a Reims y otros a Roma a buscar no se sabe qué en no se sabe dónde.¿Y por qué no a Rávena? El misterio es inexistente. El autor se limita a decir cada cierto tiempo que la máquina parlante encierra "increíbles conocimientos", pero no describe mucho de ellos. Todo parece muy general, no hay detalles, ni nada que demuestre una documentación a conciencia o una cierta imaginación o fantasía en la elaboración de la trama. Las escenas de acción son patéticas. Narra con la misma pasión (es decir, ninguna) una conversación en el cuarto de un hotel que una pelea con matones.

El hecho de que la prosa sea tan infantil, convierte a su vez en infantiles a los personajes. Hay cosas tan absurdas como que el protagonista, el joven Marc, que no tiene ninguna experiencia como detective, recibe el encargo de investigar un caso a priori tan importante como el del conde por parte de su tío, que sí es un detective de verdad. Para colmo, luego se descubre que el tío es líder de una secta que va tras la cabeza parlante, con lo cual aún es más absurdo. Si tan importante era para ellos el caso ¿cómo lo confían a un niñato neófito y sin experiencia ninguna que lo único que ha hecho en la vida es ser activista de Greenpeace? También es de traca la secta esa, que resulta ser heredera de TODAS las sectas anteriores protagonistas de los bestsellers de moda (rosacruces, iluminatti, Priorato de Sión...)

Los comportamientos de los personajes son de lo más infantil de todo. Parece que estás viendo actuar a una panda de niñatos para los cuales cualquier acto banal de la vida se convierte en una gran aventura y  a los que todo les "asombra". Si Marc es un chico tan viajado, que ha estado en muchos países con Greenpeace, no parece lógico que se le pongan los ojos como platos cada dos por tres, especialmente cada vez que entra en un monumento histórico - artístico. El amorío entre él y la chica (que para eso está)  se ve venir desde que se dice que ella es joven y guapa y él es también joven y guapo; pero no se describe nada en absoluto. Marc se pasa la novela pensando en qué dirá la chica si se entera de que se tiró a su madre (escena  tópica, en la que la madura condesa restaña las heridas del muchacho y termina con él en la cama... ¿A qué nunca lo han visto en ninguna peli?); los demás personajes no tienen ninguna profundidad ni trasfondo. En resumen, actúan de tal manera que parecen tontos o niños de diez años.

La novela carece de estructura, de personajes, de lógica, de ingenio y de una documentación en condiciones; llena de escenas tópicas (sexo después de curar heridas; una cama en la habitación reservada por dos personajes, de diferente género, etc, etc); y está pésimamente redactada.

Frases de la obra:

Echó mano de su teléfono móvil, pero recordó que lo había lanzado contra la pared de su habitación y estaba destrozado, así que dejó pasar unos minutos y, haciendo uso de los conocimientos adquiridos en las clases de yoga a las que llevaba años asistiendo, meditó el paso que procedía dar a continuación.

La noticia pareció llegar a sus interlocutores con cierta alegría.

Para colmo, añadió que, muy al contrario, pensaba que su madre tenía una vitalidad que la desconcertaba, pues desde que la conocía, la condesa había mostrado una energía vital fuera de lo normal que, desde hacía años, no veía en su padre.

La sorpresa de Marc fue mayúscula cuando comprobó que aquella gente se puso a trabajar de inmediato sin mediar palabra con ninguno de ellos.

Marc tiró discretamente del brazo del conde y le llevó hasta una reservada esquina para susurrarle que sería importante que toda aquella gente se marchase, a fin de que ellos pudiesen investigar con tranquilidad, porque si encontraban algo, era evidente que debía permanecer en el anonimato, por el bien del caso.

Como el sitio no era muy grande, no tardó en llegar a la convicción de que el baño no había sido el sitio en el cual el cirujano árabe dejó el secreto milenario.

La cara de sorpresa tanto del conde como de sus dos acompañantes puso en evidencia que el joven les había sorprendido, ya que, quizás guiados por la emoción, no habían prestado atención a otras personas presentes en el recinto.

Camino de las habitaciones, Guylaine le soltó en el oído a Marc que su padre estaba realmente exhausto, quizá porque la edad no perdona.

Sin caer en la desidia, el noble les indicó que le siguiesen.

El detective se acercó a la puerta y verificó que estaba cerrada. Guylaine buscó en el interior de su bolso y sacó un manojo de llaves que le ofreció al hombre, indicándole la correcta. Marc entendió que ella quería que fuese él quien abriese y entrase en primer lugar. Era evidente que sentía un cierto temor por lo que pudiesen encontrar dentro de su propia casa.

La llave provocó un fuerte chasquido en el interior de la cerradura.
Marc lo achacó al considerable tamaño de la puerta, que dispondría de un mecanismo de apertura en consonancia.

Marc le susurró a la mujer que no perdiese los nervios porque, al prestarle un poco de atención al tipo, había observado que tenía una pistola plateada que sujetaba con ambas manos.

-Entra tú primero -le dijo a la mujer, que procedió a introducir la parte superior de su cuerpo por la estrecha abertura para luego pasar el resto.

La cara de incredulidad de los allí presentes le hizo ver al joven que no le habían creído.

Cabizbajo, Pierre Dubois optó por sentarse en el enorme baúl que contenía los artilugios que semanas antes habían encontrado en esa misma sala, puesto que, de alguna forma, era consciente de que había llegado el momento de explicar lo que realmente estaba ocurriendo, porque dada la situación, era evidente que el final estaba cerca.

La atmósfera en el interior de la estancia se enfrió hasta límites insospechados, y la expresión de gravedad del noble dejó entrever que había llegado el momento de sincerarse sin ningún tipo de tapujos.

Miró a la mujer para comprobar el estado en el que se encontraba. Observó que estaba sumida en sus pensamientos, probablemente sin dar crédito a lo que estaba pasando. En pocos minutos, había descubierto que su padre no era en realidad como ella pensaba y que los trapos sucios que manejaba iban más allá de las prácticas usuales, sobre todo, para un hombre que había sido siempre un ejemplo de rectitud y, además, con toda seguridad, estaría acordándose de su madre, que era la única persona que faltaba en aquel escenario que ya parecía un auténtico teatro de polichinelas.

El detective pensó en hablar con el joven y hacerle una propuesta para intentar juntos algún tipo de acción que les librase de aquella gente, ya que, en el fondo, cada minuto que pasaba, era más consciente de que su tío no iba a llegar dadas las circunstancias. Se acercó y le susurró que debían plantear  un frente común, a lo que Bruno le contestó que no contase con él, pues tenía sus razones, las cuales no estaba dispuesto a revelarle.
La mujer le miró y le lanzó un pequeño guiño indicándole que no se preocupase, porque seguro que también saldrían de esa situación, aunque, a priori, pareciese complicada.

El detective neófito le rodeó con sus brazos, a lo que su tío, un experimentado investigador con decenas de años de ejercicio de la profesión, le respondió tímidamente, sin dejar de levantar la pistola.

La mirada del sobrino le dejó claro que la impresión que le causaron sus palabras le habían dejado al borde del  colapso.
Sin saber reaccionar, Marc notó su propio bloqueo y se apartó, dejando paso a otros hombres que venían detrás de su tío.

Incluso la temperatura había descendido, lo que provocó un ambiente gélido que ayudó a que los pelos de los brazos de Marc se erizaran cuando su tío se aproximó a él  para darle explicaciones.

Guylaine fue a auxiliar a su madre, seguida del conde y de Renaud. El estado de la mujer era preocupante, porque un círculo rojo sobre su pecho evidenciaba que una bala le había alcanzado de lleno.

Al oír las sirenas de varias ambulancias acercándose, Marc sintió un repentino malestar consigo mismo, al haber descuidado el estado de su tío, cuyo aspecto parecía realmente preocupante.

No podía estar seguro de dónde se encontraba, porque cuando le drogaron, quedó en una situación de consciencia muy reducida, y, por ello, no era fácil afirmar si estaba cerca o lejos del centro de la ciudad, o incluso si le habían conducido a algún remoto lugar distante de Reims.



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