sábado, 10 de mayo de 2008

Un mundo sin fin, de Ken Follett




World Without End, 2007
Editorial: Plaza & Janés
Traducción: Anuvela
1.136 páginas
29,90€

Argumento:

En 1327 cuatro niños van a jugar en el bosque cercano a Kingsbridge: Caris, de buena familia, Gwenda, hija de un ladrón, que comienza a iniciarse en la misma profesión, y los hermanos Merthin y Ralph, descendientes de Jack y Aliena ("Los Pilares de la Tierra"). Juntos presencian el ataque a un hombre y (Merthin) el entierro de un documento.

Comentario (con Spoilers):

Aunque desde el principio se indica que no se trata de una continuación, pues no está protagonizada por los mismos personajes, también queda claro que algunos de los personajes son descendientes de la pareja protagonista de "Los Pilares de la Tierra", situando la acción casi doscientos años después de la primera. El autor recuerda el hecho varias veces a lo largo de la historia, aunque sin insistir demasiado.

Desde el prólogo en la infancia de los protagonistas, no caben dudas sobre quienes serán los héroes y los villanos de la historia, lo cual a menudo resta interés a los sucesos posteriores: No es difícil deducir que los buenos van a sufrir mucho y los malos van a hacer todo lo posible por vencerlos aunque al final unos serán recompensados y los otros castigados (preferiblemente con una feliz boda y familia los primeros y con una terrible muerte los segundos), como es habitual.

Aún así, hay lugar para alguna pequeña "sorpresa", como permitir que los personajes positivos cometan errores, mejor o peor justificados, o que las mujeres sean menos pasivas de lo que se esperaría por la época en la que viven.

En este aspecto destaca Caris, verdadera protagonista de la novela, que muestra una independencia poco habitual incluso hoy en día, hasta el punto de haberse preguntado al autor sobre el "exagerado feminismo" del personaje:
"En todas las épocas de la historia hay gente que se rebela frente a las limitaciones de la sociedad. En la Edad Media había mujeres que se negaban a aceptar el papel que tenían que desempeñar y se convirtieron en prioras o comerciantes por toda Europa. Eran una minoría, es cierto, pero siempre había alguna rebelde, y esas son las personas sobre las cuales se escriben historias, porque son las más interesantes".

Durante la mayor parte de la novela Caris muestra emociones contradictorias y a veces poco justificadas de forma lógica, aunque quizá no en un sentido emocional, entre su deseo de libertad y su amor por Merthin, lo que la convierte en el personaje más complejo de la historia, pese al exceso de páginas que se dedica a la relación entre ellos y todos los escollos que les separan, ya sean puestos por ellos o por otros personajes.

También es poco convencional la reacción de Gwenda (un personaje que podría haber tenido más protagonismo) a la violación a la que someten a las mujeres tan a menudo en las novelas de ambientación histórica, ante la cual se niega a mostrarse como una víctima y a la que reacciona con determinación.

De todas formas, las escenas de sexo son pocas y breves, y cuando se trata de personas del mismo sexo (Caris y Mair...) se recurre hábilmente a la elipsis.

En cuanto a los principales protagonistas masculinos, los hermanos Merthin y Ralph, uno bueno y otro malo, cómo no, o el ambicioso prior Godwyn, dependiente de la inteligencia de su madre, Petranilla, resuelta a su triunfo, y su ayudante Philemon, o Wulfric (estos últimos hermano y marido de Gwenda), todos ellos reaccionan de forma previsible.

Si bien es evidente que el autor tiene mucho oficio, sabe crear diálogos y emociones y hacer avanzar la trama con interés mantenido, la trama se ve perjudicada por su excesiva longitud, en la que hechos y conversaciones llegan a repetirse sin evolucionar, y hay desequilibrios y baches de interés propiciados en ocasiones por escenas demasiado largas (conversaciones, dramas) o carentes de interés.

También se nota que se ha documentado sobre la época y ha sabido incluir lo necesario dentro de la trama sin desentonar, tanto las descripciones de cosas cotidianas como la forma de vestir o distribución de los edificios como la forma en que se fabricaba y teñía la tela, se construían puentes o se desarrollaba la vida dentro de un convento en cuanto a rutinas y política interna.

La novela cuenta con los ingredientes habituales del género: varios romances con trabas en su desarrollo, buenos buenísimos, malos malísimos, reconstrucción de catedrales y puentes, intriga política, leve misterio... todo ello mezclado con tanto oficio como previsibilidad, con los mencionados baches de interés producidos por el exceso de situaciones repetitivas y alargadas que quienes hayan leído unas cuantas novelas del género (de "Los Pilares de la Tierra" hasta "La Catedral del Mar", por ejemplo) pueden encontrar decepcionante.


*** T ***
Los comentarios están moderados con lo cual tardan un poco en salir. Gracias por tu opinión.

jueves, 1 de mayo de 2008

El laberinto de la rosa, de Titania Hardie


El laberinto de la rosa
The rose Labyrinth
Titania Hardie
Traducido por Luisa Borovsky
Suma de Letras
429 páginas


Argumento:

Una madre lega a su muerte una llave a su hijo Will con la siguiente nota: 'Para Will, cuando sea algo o alguien que no es ahora'. Pocos meses después, mientras la australiana Lucy  espera un trasplante de corazón en Londres, Will recorre Europa en su moto intentando descifrar las pistas del antiguo documento y encontrar el cofre que abre la llave. En su camino se meterán unos americanos que quieren ser raptados al cielo por Dios...

Comentario:

Creo sinceramente que esta novela es de las que se venden por puro marketing, ya que no hay nada en su contenido que explique su éxito. Ni añade nada nuevo al género de misterios esotéricos ni hace revelaciones escandalosas que "puedan poner en peligro a la Iglesia" (salvo ciertas críticas a los integristas cristianos, pero no a los católicos precisamente). Tampoco la prosa es brillante, por no hablar de la construcción de la obra, a veces muy confusa. Eso sí, la portada destaca y le han incluido un bloque como de textos esotéricos que imitan el legado de los protagonistas, y que puedo decir que claramente no sirve para nada.

SPOILERS

La acción tiene lugar en dos épocas distintas. O mejor dicho, en nuestra época con algunas incursiones al pasado, a los años de John Dee, un afamado esotérico (y más cosas) de la corte isabelina (de Isabel I de Inglaterra), donde también podemos ver a Shakespeare, cuya obra tiene importancia en el argumento. A veces el pasado y el presente confluyen, como en cierta escena donde la protagonista femenina, Lucy, contempla unas barcas en un río, y al propio Dee. Como en El Círculo Mágico, de la madre de los bestsellers esotéricos, Katherine Neville, los personajes de ambos períodos guardan una cierta relación de parentesco. Casi todos los personajes del presente, por lo de más, están relacionados por lazos más o menos familiares (o amorosos, cuanto menos), incluyendo una hermana oculta que surge al final sin saber muy bien por qué.

Al estilo de Hitchcock en "Psicosis" la autora nos situa al principio de la novela siguiendo a Will, un joven independiente y aventurero que viaja por Europa en moto (una Ducati, concretamente) en busca de unas pistas o algo relacionadas con el legado de su madre (descendiente de John Dee, el cual parece ser que dejó unos cofres y unos pergaminos, y una  llave), y que a las  primeras de cambio, sufre un accidente (inducido, claro) y muere, aunque su presencia a lo largo del libro es muy intensa.  A partir de ahí la acción pasa a otros personajes, Alex, el médico hermano de Will, su ex novia Sian, su primo Calvin y sobre todo Lucy, una paciente de Alex, a la que le transplantó un corazón (adivinen de quién... daré pistas, la operación fue el mismo día de la defunción de Will...)

Si bien ya desde el principio las descripciones son bastante melifluas (por no hablar de lo prolijas y agobiantes, amén de banales) con la irrupción de Alex y Lucy se agrava la situación, alcanzando la novela la categoría de "rosa" (nunca mejor dicho) o "romántica". Una buena parte de la historia consiste en reflejar las relaciones entre estos dos personajes arquetípicos del género (un médico y la paciente que se enamoran, ejem), las dudas de ella sobre si deben salir o no, sus citas... Lógicamente, los personajes están en consonancia con tanto almíbar, y son todos idealizados, guapos, inteligentes, íntegros, buenísimos, sin asomo de mezquindad o defectos morales o físicos. Incluso los malos, tratados muy brevemente, no lo parecen tanto, y más bien se les considera un poco "fanáticos".

Dos párrafos de ejemplo:

Ella jamás le había increpado de esa manera, pero acusó el golpe y supo de sopetón que le habían dicho la verdad. Nadie mejor que ella sabía que Alex había ocultado sus sentimientos, que era un actor consumado. Una vez más, había relegado su propio dolor por alguien, que, según creía, necesitaba de su fortaleza. Su benevolencia había prevalecido, como siempre. Grace la había acusado con toda justicia de estar egoístamente sumergida en su propio drama. Ella misma advertía que al replegarse en sí misma no hacía más que repetir los esquemas del pasado, pero no lograba encontrar la salida. No obstante, o tal vez como consecuencia de esta realidad, había evitado a Alex durante los días previos a las festividades de Pascua. Se había sumergido en el trabajo, sabiendo que él haría lo mismo.

Sus manos subieron reverentemente para recorrer con dedos sensibles la cruel cicatriz que dibujaba una curva alrededor de su pecho izquierdo, desde la costilla hasta la clavícula. Lucy reprimió un grito, sintió deseos de llorar.
-Es tan fea...
-Al contrario, es hermosa -la contradijo Alex-. Te salvó.
Y con sus besos recorrió lentamente toda la herida. Luego los labios y el cálido aliento de Alex rozaron el cuello de Lucy y volvieron a encontrarse con su boca.
Esta vez el deseo fue incontenible; la pasión, urgente. Lucy anhelaba con todos sus sentidos el calor de su cuerpo, la demora era una agonía, el placer era casi doloroso.

La autora es fanática también, pero de la descripción. Nos lo cuenta todo, el color de la ropa, telas, peinados y maneras de moverse, el tipo de belleza de los personajes femeninos (hace una contraposición entre la belleza "clásica" de una de ellas y la de la otra)... Es decir, es una forma de escribir que se pierde en lo accesorio, mientras evita incluir cualquier carga de acción, dramatismo o giro narrativo.

El argumento tampoco está nada claro. Hay una serie de frases enigmáticas con juegos de palabras que involucran a Will, a Shakespeare y al verbo inglés "will", y luego, una elucubración sobre el número 34 que es literalmente increíble (es decir, que encaja con los personajes a la perfección, de un modo casi mágico: el prota tiene 34 años, la bandera de Kansas tiene un girasol con 34 hojas...). Los personajes no investigan realmente, se limitan a soltar rollos más o menos ingeniosos que hacen encajar cosas en apariencia diferentes (hasta logra meter a El Mago de Oz, la mitología griega, la familia de los personajes, obras de Shakespeare, Coleridge...) Llega un momento en que no sabes lo que está pasando, ni quien tiene las llaves, o si hay varias, qué pasa con los retratos de cierta dama, y los cofres... Lo único que tienes claro es que los malos quieren el legado de Dee para sus propósitos turbios, y que Alex y Lucy están enamorados.

La propia autora en la presentación de su libro insiste en que se trata de una novela de amor:

"Con este telón de fondo he tejido una historia de amor moderna. De la misma manera que Shakespeare hacía alusiones veladas a los regímenes políticos y los problemas sociales de su tiempo y su realidad por medio de historias, comedias y tragedias que se desarrollaban en otros tiempos y realidades, El laberinto de la rosa explora algunas tramas paralelas entre el mundo de ansiedad religiosa y cambios sociales de Isabel y el nuestro. Lo he escrito con el formato de una comedia de Shakespeare, ¡aunque no con su estilo lingüístico!: tres parejas de amantes entran en un laberinto en el que sus emociones, su conciencia y su manera de ver las cosas sufrirán una metamorfosis. Es sobre todo una historia de amor que comprende la búsqueda del legado secreto que dejó a uno de sus descendientes John Dee, un hombre del que se decía que podía hablar con los ángeles. Pero también es, de manera crucial, la búsqueda del significado de la Rosa, la búsqueda de la hermandad entre los hombres. La heroína es Lucy, una joven de talento, en la que una serie de circunstancias inusuales provocan una respuesta alterada al mundo en el que vive. Si bien es un cuento delicado y femenino, también sugiere que el bien máximo proviene de una mezcla especial de aquellas cualidades que consideramos “femeninas” junto con las que pensamos que son “masculinas”. Hombre y mujer se unen para descubrir las máximas realizaciones personales. La novela es un misterio romántico, un llamamiento para que hagamos trabajar unidas diferentes energías e ideas; no sólo lo masculino y lo femenino, sino también aquellas que son distintas en lo espiritual y lo cultural."

Es una autora muy simbólica y se observa que también muy leída. Hay alusiones culturales muy abundantes, con citas de autores incluso de fuera de su órbita lingüística como García Márquez, cuyo Cien años de Soledad, está relacionado en esta historia con el "Rapto", la teoría que mantienen los fanáticos religiosos (en el libro de G. Márquez un personaje es "raptado" o ascendido al cielo por su espiritualidad).  El "Rapto" es el núcleo del razonamiento de los "malos". Según sus ideas, los buenos fieles serán arrebatados por Dios a los cielos antes del Apocalipsis, que ellos desean, claro está. Bajo el argumento banal de la novela se percibe un mensaje o moraleja relacionado con las diferentes visiones de la religión. Por un lado están los fanáticos egoistas que desean salvarse a sí mismos y les da igual lo que le ocurra a los demás, y por otro, los que propugnan el "amor", una idea un poco new age, de integración de todas las religiones, y por la cual se inclina la autora. Al final del libro, hay incluso una nota de la misma, donde nos habla del peligro de los integristas cristianos y de Bush, al cual rechaza totalmente (en alguna entrevista lo he leído).

La historia es muy aburrida y en algunas partes parece un compendio de saberes esotéricos que no son enrevesados pero que ella, al mezclar y relacionar, los hace completamente indigeribles. En su afán simbolista llega a hacer que el corazón que Lucy lleva (el de Will) tenga casi un alma propia que la contamina y le hace ser carnívora cuando era vegetariana, o zurda cuando era diestra. El corazón como residencia del Alma es una idea aristotélica, creo. La autora lo explica aludiendo a la "memoria celular", una teoría "ciéntifica" que ella misma reconoce como "discutida".

Es decir, una mezcolanza romaticona, sentimental y pseudoesotérica con un mensaje a favor del amor, los buenos sentimientos, la unión entre religiones... Solo le faltó mencionar a ZP y a su alianza de civilizaciones para culminar. Me ha costado un triunfo terminarlo, la verdad. Y pensar que El Juego del Angel lo terminé en dos días siendo más largo...

La autora Titania Hardie, una novata, es australiana como la protagonista (qué raro...) y según dicen sus biografías, es experta en magia, adivinación, folklore y esoterismo...


Leer primer capítulo:


 Prólogo

Abril de 1600, día de San Jorge, en una posada en el camino a Londres



Un anciano de barba blanca como la nieve se sienta a la cabecera de la mesa situada junto al fuego de un comedor. Mantiene la cabeza gacha y aferra un objeto oscuro y brillante con los finos dedos de su mano derecha. Ante él tiene una mesa cubierta de pimpollos de Rosa mundi, con sus pétalos blancos salpicados de rosa intenso, por lo cual quienes se acomodan en torno a ella saben que cuanto ocurra allí es secreto, la unión del espíritu y el alma de todos los presentes y el nacimiento de algo único, por el cual esperan: el Hijo del Filósofo. Ellos permanecen reunidos en silencio a la espera de sus palabras, a diferencia de los huéspedes de las habitaciones contiguas de la posada, que arman un gran bullicio detrás de las puertas cerradas a cal y canto. Una puerta se abre y se cierra con suavidad, y un arrastrar de pies rompe de pronto el silencio. Un sirviente pasa casi desapercibido al entrar y deposita una nota en las delicadas manos del anciano. Él la lee con lentitud, frunce el ceño y en su frente alta, sorprendentemente lisa para un hombre de su edad, se dibuja una arruga sombría. Después de un largo rato, observa una por una las caras de quienes se reúnen en torno a la larga mesa y habla al fin con una voz apenas más audible que cuando pronuncia la oración de vísperas.

-Hace algún tiempo, en el mes de las luces, el Signor Bruno fue quemado en la hoguera en Campo dei Fiori. Le habían concedido cuarenta días para abjurar de sus herejías: afirmar que la Tierra no era el centro de este universo, que había muchos otros soles y planetas más allá del nuestro, y que la divinidad de nuestro Salvador no era tal, en sentido estricto. Los monjes le ofrecieron besar un crucifijo en señal de arrepentimiento por los errores cometidos, pero él miró hacia otro lado. Como muestra de piedad, las autoridades eclesiásticas colocaron un collar de pólvora alrededor del cuello antes de encender el fuego para que explotase y de ese modo acelerar el fin. También le fijaron la lengua a la mandíbula para impedir que siguiera hablando. -El anciano dirige la vista a cada uno de los hombres con quienes comparte la cena y espera unos instantes antes de retomar la palabra-. En consecuencia, ahora la trama comienza a desvelarse para algunos de nosotros, y aquí comienza otro viaje. -Sus ojos se dirigen a un hombre encorvado sobre una jarra, situado al otro lado de la mesa, a la izquierda. Su vecino le propina un leve codazo y le susurra un aviso para alertarle acerca de la mirada del hombre que habla, puesta únicamente en él. Los dos hombres se miran, como petrificados, hasta que el más joven permite que una sonrisa a medias suavice sus rasgos, lo cual impulsa al anciano a seguir hablando con aplomo-. ¿Existe alguna manera de utilizar la fuerza implacable de nuestra inteligencia para mantener sus ideas de amor y armonía universal tan frescas como el rocío? -pregunta con un tono más enérgico-. ¿Será posible que triunfen 'Los trabajos de amor perdidos'?


1


El canto de un mirlo interrumpió su sueño inquieto a pesar de que las contraventanas de la casa de campo seguían cerradas a cal y canto. Will había llegado a última hora de la tarde, cuando la tenue luz crepuscular de septiembre se había desvanecido, pero el brillo de la luna le había bastado para encontrar la llave de la casa, oculta entre los geranios. Se despertó en medio de la oscuridad, aterrado y extrañamente desorientado, a pesar de que un minúsculo haz de luz lograba abrirse paso hasta el interior de la habitación. La mañana había llegado sin que él lo advirtiera.

Se levantó de un salto y se esforzó por abrir los pestillos de la ventana, pero la madera se había hinchado a causa del clima lluvioso y las persianas permanecieron atascadas unos instantes antes de que descubriera el modo de enrollarlas. Una intensa luz le bañó de pronto en cuanto lo consiguió. Era una perfecta mañana de principios de otoño, los rayos de sol atravesaban ya el velo de niebla baja. El aroma a mirra de las rosas penetraba en la casa junto con la luz y el aire húmedo, mezclado con un característico matiz de lavanda francesa procedente de algún cerco de setos ubicado más abajo. Junto con la fragancia se deslizaban recuerdos verdaderamente amargos, pero al menos restablecían cierta sensación de calma y apartaban de su mente los rostros fantasmales que habían poblado sus sueños.

Aunque la noche anterior había olvidado encender el calentador eléctrico, estaba desesperado por ducharse para quitarse el polvo del largo camino recorrido desde Lucca. El agua fría le pareció refrescante. Se lamentó sólo porque el calor habría aliviado la rigidez de su cuerpo. La Ducati 998 no era una moto adecuada para hacer turismo, sin duda. Era tan quisquillosa como una supermodelo. Resultaba estimulante conducirla porque se adecuaba a la perfección al talante y la excentricidad de Will, al ser increíblemente rápida y absurdamente exigente. Sin embargo, si debía ser honesto, era incómoda después de recorrer largos tramos sin descanso. Sentía las rodillas un poco apretujadas dentro de la ropa de cuero al llegar la noche, pero decidía ignorarlo. Esa clase de transporte no era apta para pusilánimes.

La imagen de su rostro en el espejo le confirmó la opinión materna, que lo consideraba «un ángel un poco caído». Sus facciones guardaban cierta semejanza con las de los extras de las películas de Zeffirelli, con la mandíbula delineada por una sombra de barba. Rió al comprobar que su aspecto actual habría inquietado incluso a su madre. Había algo maniaco en el rostro que se carcajeaba frente a él y se percató de que no había logrado evitar que los demonios de ese viaje se acercaran demasiado a su alma.

Se recortó la barba de varios días en lugar de afeitarse, y mientras limpiaba el jabón de la máquina de afeitar, de pronto, vio, junto al lavatorio, una rosa algo marchita, perfectamente disecada en un antiguo frasco de tinta. Tal vez su hermano Alex hubiera estado allí con alguien en las dos últimas semanas. Sonrió, intrigado ante esa posibilidad. En los últimos tiempos, él había estado tan absorto en sus pensamientos que apenas sabía qué hacían los demás.

-Le llamaré cuando anochezca -se prometió en voz alta, y se sorprendió al oír el tono poco familiar de su propia voz-, en cuanto llegue a Caen.

El transbordador salía casi a medianoche. Antes, quería hacer algunas cosas.

En la cocina, alumbrada por la serena luz de la mañana, comenzó a relajarse, por primera vez en varias semanas. Fue desprendiéndose de la vaga sensación de inquietud que lo había acosado últimamente. Desde el huerto, a través de la puerta abierta llegaba el olor de las manzanas, trayendo consigo el reconfortante recuerdo de los treinta y un otoños que había disfrutado antes de aquél. Había ido de un lugar a otro, había conocido infinidad de personas, pero se sentía a gusto en casa. Enjuagó la copa manchada con el vino rojo que había bebido la noche anterior y puso en el horno el resto de su barra de pan francés a fin de que recuperara su textura. Decidió ir a cerciorarse del paradero de la moto, ya que apenas recordaba dónde la había dejado. La perspectiva de hallar refugio era lo único que le había mantenido en movimiento durante esas últimas horas extenuantes, durante las que había viajado a toda velocidad desde Lyón, un amparo que se materializaba en el áspero y picante Meaux brie que junto con una baguette había puesto en su mochila, una copa de St. Emilion de su padre y una cama.

Una calma plácida reinaba en el exterior. Las últimas glicinias trepaban por la fachada de la casa. La casa había permanecido deshabitada durante muchos meses, pero no había evidencias del momento doloroso que atravesaba la familia, salvo algunos indicios superficiales de abandono, como el césped sin cortar y el sendero sin barrer. Daba la impresión de que nadie quería visitarla después de la repentina y terrible pérdida de la madre de Will a causa del cáncer, a finales de enero. Ella podía llegar fácilmente hasta allí cualquier fin de semana largo desde la casa de Hampshire. Había sido su guarida, su refugio. Le gustaba pintar y dedicarse a la jardinería en esa casa. Su fantasma acechaba en todos los rincones aun en ese momento, a plena luz del día. El padre de Will sufría en silencio, hablaba poco y trabajaba más que nunca para no pensar demasiado. Y Alex aparentemente prefería afrontar los acontecimientos sin dar a conocer sus sentimientos íntimos, pero Will se enorgullecía de ser como su progenitora: emocional para afrontar la vida y apasionado en las relaciones. Y allí, en el lugar encantado de su madre, la echaba de menos.

Recorrió con la vista el corto sendero cubierto de guijarros que iba desde el camino hasta la puerta. Nada fuera de lo común le llamó la atención. Si bien la soledad era casi deprimente, la agradeció. Al parecer, nadie sabía dónde estaba ni se preocupaba por conocer su paradero. Al menos, hasta ese momento. Involuntariamente, jugueteó con el pequeño objeto de plata que pendía de la cadena que le rodeaba el cuello; de pronto lo aferró posesivamente. Luego fue hacia el jardín de rosas de su madre. Ella había pasado más de veinte años formando una colección de rosas antiguas en homenaje a los personajes ilustres que habían cultivado esas especies; en Malmaison se habrían sentido verdaderamente como en su casa. Su madre había pintado, bordado y cocinado en compañía de esas rosas. Si habían advertido que ella ya no estaba, no se lo habían dicho a nadie. Cuando él era pequeño, ella había levantado con sus propias manos una fuente entre los arriates. Era una espiral con una imagen de Venus, patrona de las rosas, en el centro y con un mosaico brillante, formado con trozos de porcelana. Ejercía una atracción magnética sobre él.

Will comprobó distraídamente que la moto de color amarillo brillante estaba sucia a causa del largo viaje pero completamente a salvo, a la sombra, junto a la casa. Volvió sobre sus pasos. Mientras entraba en la cocina, el aroma a buen café lo transportó de nuevo al presente. Pasó sus manos por los rizos despeinados. Su cabello estaba limpio y el aire cálido ya lo había secado, pero necesitaba con urgencia un buen corte. Sería mejor que se ocupara de eso antes del almuerzo del domingo, cuando se celebraría el cumpleaños de Alex. La relación con su padre ya era lo bastante fría sin necesidad de que tuviera el aspecto de un vagabundo.

Su hermano era más rubio, tenía el cabello más lacio, siempre estaba aseado y cuidado, y Will, después de haber pasado un mes en Roma, había comenzado a parecerse a los habitantes de esa ciudad, lo cual le agradaba, pues le gustaba mezclarse con la gente de cualquier lugar donde estuviera. No había manteca, pero en la despensa descubrió la última tanda de mermelada que había preparado su madre y untó el pan caliente con una cantidad generosa. Mientras se lamía el pulgar, vio en el aparador una postal que le llamó la atención. Indudablemente, era su caligrafía. «Para Will y Siân», ésas eran sus primeras palabras. La tomó entre sus manos. ¿Cuándo la habría escrito?

Para Will y Siân. Procurad descansar unos días. Queda un poco de carne de venado en el congelador, quizá podáis aprovecharla. Por favor, atended el parterre por mí. Nos vemos en casa para la Navidad. D.

Seguramente en noviembre. Él y Siân se habían pasado a la greña la mayor parte del año anterior y se habían separado a finales del verano. La relación había sido conflictiva desde agosto, cuando él cumplió los treinta y uno. La exigencia incesante de compromiso por parte de Siân le había persuadido de que era mejor abandonar la idea de pasar una semana juntos en la casa de Normandía. Por aquel entonces, ella no tenía otros amigos en el lugar y dependía por completo de él al no hablar ni una palabra de francés, por lo que, en ese momento, Will dudó de que la relación pudiera prosperar. En consecuencia, nunca habían acudido allí para recoger la nota, recorrer el jardín de hierbas medicinales de su madre o compartir una última cena en el Pays d'Auge.

Sonrió al pensar en ella. Su disgusto se había aplacado después de tres meses de viaje. Siân era de una inusual singularidad, no era una chica que le gustara a cualquiera, pero en cierto modo esa cualidad la volvía doblemente atractiva para él, y de pronto, imprevistamente, añoró su cuerpo, como si advirtiera por primera vez el espacio vacío que había dejado en la cama y en el corazón, pero dejando de lado la pasión, el núcleo de aquella relación, sabía que la decisión de ponerle fin había sido correcta. Era un amor de primavera y la estación había cambiado. Él no era comprensivo ni pragmático como Alex, no siempre llevaba a buen término lo que emprendía y nunca podría ser el marido que deseaba Siân, el hombre exitoso, el que iría con ella de compras a Conran Shop los domingos, el enamorado capaz de vender la Ducati para comprar un Volvo. Ella había manifestado pasión por su rebeldía, pero había intentado domesticarle desde el primer momento. A Will le divertía cocinar para ella, hacerla reír y hacerle el amor como nadie lo había hecho, pero sabía que no sería capaz de anular su personalidad para silenciar las vehementes opiniones políticas que siempre habían provocado violentas discusiones con sus estúpidas novias y sus dóciles compañeros. En suma, sería incapaz de vivir en un mundo seguro y, desde su punto de vista, insípido. Estaba decidido a llevar una existencia intensa a cualquier precio.

Miró el anverso de la postal y vio el rosetón central de la catedral de Chartres. Su madre lo había pintado más de una vez, desde dentro, desde fuera. Le gustaba la luz que se filtraba a través de los cristales, la manera en que penetraba en la oscuridad y hacía arder los ojos.

Jugó unos minutos con su teléfono móvil. Ya estaba cargado y, sin apartar la vista de la tarjeta, escribió un mensaje a su hermano.

¡Al fin han invadido Normandía! ¿Has estado aquí últimamente? Mi barco parte de Caen esta noche a las 23.15. Te llamaré antes. Tengo muchas preguntas que hacerte. W

Deslizó el móvil dentro del bolsillo de su chaqueta de cuero con un movimiento suave, y ocultó la postal a la altura del pecho junto al preciado documento que le había impulsado a recorrer Italia durante todo el verano para realizar una frenética búsqueda. Empezaba ya a hilvanar algunas de las respuestas obtenidas, pero las preguntas seguían surgiendo a su alrededor de un modo interminable, y el misterio se volvía más profundo. Dio unos pasos con sus botas polvorientas, cerró la puerta de un portazo y depositó la llave en su lugar secreto. Ni siquiera limpió el polvo de la moto, sólo se puso el casco, cogió los guantes de la mochila y se montó ágilmente en el asiento.

Necesitaría combustible para recorrer los sesenta kilómetros que lo separaban de Chartres.

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