jueves, 22 de diciembre de 2011

El canibalismo como sistema cultural, de Peggy Reeves Sanday


 El canibalismo como sistema cultural
Divine Hunger, Cannibalism as a Cultural System
Peggy Reeves Sanday
Editorial Lerna
Traductor: Gaspar Ibáñez Monje
347 páginas



Argumento:

Un análisis antropológico sobre el sentido de los rituales de canibalismo y sus simbolismos y valores morales.


Comentario:

El libro que nos ocupa no es una obra de divulgación ni tiene el menor ánimo didáctico, pues se trata de una obra científica de alto nivel, no asequible a todo tipo de lectores.

La autora analiza a través de diversos pueblos y sociedades del mundo la práctica del canibalismo y la relación de esta con sus sistemas culturales, como el propio título indica. Así pues hace un repaso de dichas prácticas desde el canibalismo mortuorio de los Hua o los Gimi, hasta los elaborados rituales del sacrificio humano azteca, pasando por las curiosas torturas de los Iroqueses.

En la introducción se establecen las tres hipótesis principales para el abordamiento de la cuestión caníbal, que serían la hipótesis psícogena (que la explica como una forma de satisfacer necesidades psicosexuales), la hipótesis materialista (como adaptación al hambre  y a la falta de proteínas concomitante), y finalmente una vía que llama hermenéutica donde el canibalismo es considerado como parte de la lógica cultural de la vida, la muerte y la reproducción humana.

Ante la variedad de posturas, la autora niega que se pueda tratar la cuestión caníbal desde una óptica unitaria y defiende que varía tanto en el contenido cultural como en su significado. Es decir, que va más allá del mero hecho de comerse a una persona, ya que, según ella, está demostrado que si bien en períodos de hambre se ha dado canibalismo, también los ha habido sin tales prácticas. El hambre no implica el canibalismo, que fuera de los sistemas de creencias y regulaciones rituales de estos pueblos es considerado una práctica repugnante y antisocial (lo de comer gente por hambre, digo).

En cuanto a los tipos de sociedades analizadas las divide en tres categorías: las que realizan un canibalismo ritual, las que tienen canibalismo institucionalizado y aquellas donde se da el miedo al canibalismo (representado por hechiceros y brujas caníbales).

Por la procedencia de las víctimas se habla de exocanibalismo (más frecuente) y endocanibalismo.

En el primer caso (comerse a gente ajena al grupo, enemigos, etc), se trataría de una forma de asimilar la fuerza del enemigo, mientras que en el segundo caso, hablamos de una manera de transmitir ciertos valores a las siguientes generaciones a través de la ingestión de los muertos.

La autora nos explica a continuación la hipótesis psicógena de Sagan, que defiende el canibalismo como una forma elemental de agresión institucionalizada, según las teorías de Freud (frustración-agresión). Así pues, el canibalismo representaría la fase primitiva del desarrollo social, donde comerse al enemigo demostraría la agresión, y al pariente, la frustración provocada por su muerte.

En relación con esto, Sagan cree ver una relación entre la prolongación de la crianza en estas sociedades y la dependencia infantil a la madre, que los haría más propensos a la frustración y la agresión oral. De este modo, el varón adulto de autoafirmaría su virilidad e independencia por medio de la agresión caníbal.

En cuanto a la hipótesis materialista, cita las ideas de Harner y Marvin Harris sobre el mundo azteca que achacan las más de 250.000 personas sacrificadas anualmente en México en esa época a la falta de proteínas. Avala su afirmación con los testimonios de algunos conquistadores y clérigos españoles que relataban que también se compraban y vendían personas (niños) para consumir aparte de los rituales. Harner asegura que los aztecas recluían a los prisioneros en jaulas y los cebaban.

Como respuesta a esta visión materialista, el culturalismo de Sahlins les reprocha que ignoren en contenido cultural del sacrificio, que era, en el mundo azteca, un sacramento que permitía la comunicación y comunión con los dioses, y poseía un carácter sagrado. El sacrificio pues, era una necesidad sociocultural, mezclada íntimamente en las relaciones sociales, políticas y económicas de este pueblo.

Tras exponer estas cuestiones introductorias, la autora dedica los siguientes capítulos a entrar en más detalles sobre algunos de los casos de canibalismo anteriormente mencionados.

Empieza con el canibalismo mortuorio de los Hua y los Gimi. Para los Hua se consigue la cohesión social a través de esta práctica. Su religión centrada en el cuerpo reconoce la existencia de una fueraz vital llamada NU que se puede perder o incrementar. Cuando fallece un pariente se le consume para evitar que su NU se pierda, y de este modo pase a la comunidad.

Los Gimi por su parte, utilizan a los cerdos como sustitutorios del sacrificio de personas, y celebran rituales femeninos orgíasticos, relacionados con su creencia en el poder destructor de lo femenino.

Más inquietante resulta el capítulo dedicado a los Iroqueses, donde se nos narra su tortura ritualizada, en la que se tomaba un prisionero que era adoptado por la familia que había perdido a un guerrero, para ser luego torturado, tras una fiesta de despedida. Durante estas torturas, detalladas por los testigos jesuítas que las contemplaron, se les hacía de todo, hasta quemarlos, y cuando perdían el conocimiento se les reanimaba para poder seguir con la práctica, hasta que era finalmente devorado.

Los dos últimos casos tratados en extenso, serían el de las islas Fidji, donde estaría vinculado  con el tabú del incesto, según su mito fundador. El canibalismo generaría el orden social a partir del caos y al tiempo resolvería la tensión edípica en las sucesivas generaciones; y el caso azteca, donde el sacrificio humano era una manera de mantener en funcionamiento el universo y comunicar con los dioses.

En resumen, un libro muy arduo de leer, con un lenguaje bastante técnico, pero que puede interesar a los aficionados a la antropología cultural.

Los comentarios están moderados con lo cual tardan un poco en salir. Gracias por tu opinión.

viernes, 16 de diciembre de 2011

El Ocupante, de Sarah Waters

T.O.: The Little Stranger, 2009
Editorial: Anagrama
Colección: Panorama de Narrativas
Traducción: Jaime Zulaika
532 páginas

Argumento:

Tras acudir a Hundreds Hall para atender a la criada, el doctor Faraday comienza a ser un visitante asiduo de la familia Ayres y confidente de los inquietantes sucesos que ocurren en la mansión.

Comentario (con Spoilers):
“Yo era, en general, un niño obediente. Pero la cortina daba al chaflán de dos pasillos con suelo de mármol, cada uno lleno de cosas maravillosas, y en cuanto ella desapareció sin hacer ruido en una dirección, yo di unos pasos audaces en la otra. Fue una emoción increíble. No me refiero a la simple de entrar en un lugar prohibido, sino a la de la propia casa, que me mostraba todas sus superficies: desde la cera del suelo y el lustre de las sillas y armarios de madera, hasta el bisel del espejo y la voluta de un marco. Me atrajo una de las paredes blancas y sin polvo, que tenía un borde decorativo de yeso, una reproducción de bellotas y hojas. Yo nunca había visto nada semejante, aparte de en una iglesia, y después de contemplarla un segundo hice lo que ahora me parece una cosa horrible: envolví entre mis dedos una de las bellotas y traté de arrancarla de su sitio; y como no conseguí despegarla, saqué mi navaja y la recorté. No lo hice con un espíritu de vandalismo. Yo no era un chico malicioso ni destructivo. Era sólo que admiraba tanto la casa que quería poseer un pedazo de ella; o más bien como si la propia admiración, que sospechaba que no habría sentido un chico más normal, me autorizase a hacerlo. Supongo que me sentía como un hombre que quiere un mechón de pelo de la cabeza de una chica de la que se ha enamorado súbita y ciegamente.”
Esta cita del comienzo de la novela (páginas 10-11) sirve de presentación a los dos principales protagonistas: el doctor Faraday, casi treinta años después de esa escena, y Hundreds Hall, la mansión que visita, quizá el personaje más “vivo” de toda la narración, pese a que todos ellos, desde el médico hasta la familia que vive en ella (la señora Ayres, una viuda a quien acompañan sus hijos, Caroline y Roderick, y su única sirvienta, la adolescente Betty), están trazados con rasgos profundos, tanto en la descripción de su apariencia como en la de sus personalidades.

Disfrazada de historia de fantasmas con toques clásicos y atmósfera gótica (a veces da la impresión de que transcurre a finales del XIX cuando en realidad la acción se sitúa en 1947, en la posguerra, ya sea de forma deliberada o por el estilo de la autora, cuyas novelas están ambientadas mayoritariamente en la época victoriana), se utiliza la progresiva decadencia de la casa y sus habitantes de un modo simbólico y metafórico para mostrar algunos de los cambios producidos en la sociedad como consecuencia de la segunda guerra mundial, entre ellos la difuminación de la diferencia de clases y la difícil adaptación a un mundo que avanza de forma inexorable.

Tanto la familia como el Hall parecen rechazar el progreso, encerrándose en sí mismos y rechazando cualquier influencia exterior que pueda cambiarlos. El intento de la señora Ayres de buscar un marido para  Caroline, mediante una fiesta a la que invitan a los Baker-Hyde (“Es un constructor, ¿no? Seguramente echará abajo Standish y construirá una pista de patinaje. O quizá venda la casa a los americanos. La embarcarán rumbo a Estados Unidos y la reconstruirán allí, como hicieron con el priorato de Warwick.” ) y a su hija pequeña, Gillian, que tiene un final dramático. Cuando Caroline muestra la casa a Faraday por primera vez le señala un reloj con las manecillas paradas a las nueve menos veinte: “—Roddie y yo las pegamos cuando se rompió. —Y, al ver mi expresión perpleja, añadió—: Las nueve menos veinte es la hora en que se paran los relojes de la señorita Havisham en Grandes esperanzas. Entonces nos pareció divertidísimo. Reconozco que ahora ya no es tan gracioso...”

La narración en primera persona por el doctor Faraday, no parece una elección aleatoria, sino premeditada para conseguir un fin: sólo se sabe lo que él relata de lo que le cuentan, y al no ser nunca testigo de los hechos sobrenaturales que atormentan a los Ayres permite cuestionarse si, como él cree, son producto de una enfermedad mental o hay una presencia en la Hundreds Hall que perturba a sus habitantes por motivos desconocidos, aunque a lo largo de la lectura que se van sugiriendo con sutileza algunas posibilidades.

De hecho, a cada personaje le afecta de una manera y tiene su propia teoría sobre lo que sucede: Roderick lo toma como una amenaza a su familia, a quien tiene que defender; la señora Ayres cree saber de qué se trata y lo acepta con alegría pese a la inquietante escena en la habitación de los niños del capítulo 10; Caroline, pese a su reticencia, especula sobre espíritus o partes de una persona: “Partes inconscientes, tan fuertes o trastornadas que pueden adquirir vida propia.” Un colega de Faraday, el doctor Seeley piensa, en el capítulo 11 que es un proceso autodestructivo: “¿…qué queda de una familia como ellos en la Inglaterra de hoy? Como clase, están acabados.”

La atmósfera, densa y enfermiza, está muy bien lograda, con capítulos larguísimos, descripciones eternas, sobre todo de Hundreds Hall y de Caroline Ayres (Faraday alaba la belleza de la mansión mientras describe a la joven como de rostro feo y piernas gruesas) y algunos altibajos que pueden dispersar la atención: ante pasajes interesantes como el de la reunión en la casa, la fiesta a la que acuden Caroline y Faraday, la degradación de Roderick que se manifiesta al tiempo en su interior y en la habitación de la que se niega a salir, el incidente de la señora Ayres en los cuartos de los niños o el recorrido final por el Hall, hay escenas, casi siempre las del médico fuera del Hall, cuya minuciosidad, que en otras partes se disfruta, puede parecer aburrida o innecesaria, e incluso distraer de las tramas principales.

Dotada de una estructura circular (comienza con una visita de Faraday a una Hundreds Hall en todo su esplendor en 1919 y termina con otra, ya en ruinas, en 1950, ambas tras una guerra) y ambigua hasta la última página, la novela deja un final abierto en el que ninguna de las posibilidades parece del todo satisfactoria ni totalmente descartable, como si a la autora le interesara más la recreación de un ambiente, una época y las consecuencias de un cambio social profundo que la historia de fantasmas (en “Afinidad” ocurre algo similar).


*** T ***

Los comentarios están moderados con lo cual tardan un poco en salir. Gracias por tu opinión.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Nocilla Dream, de Agustín Fernández Mallo





Argumento:

 Nocilla Dream
Agustín Fernández Mallo
Editorial Candaya
218 páginas
No tiene mucho...


Comentario:

Lo cierto es que cuando empecé a leer este libro pensé que no me iba a gustar. Sin embargo, una vez terminado... no sabía qué pensar. Es decir, es de esa clase de libros que no sabes si catalogar como timo o como obra maestra. Porque por un lado, no se trata más que de una especie de collage literario, con trozos de historias que se entrecruzan, en varios escenarios, fragmentos de textos científicos, citas de otros autores, poemas, pensamientos, etc, aparentemente inconexos salvo excepciones, y por otro, bueno, los fragmentos literarios en sí están bien escritos, resultan casi fascinantes y atrayentes.

Ciertamente, como narración no me convence, pero sí como ejercicio literario, en el que, además, el autor ha tenido el buen gusto de no alargar innecesariamente (es una obra breve).

A pesar de la dispersión de esos minicapítulos o fragmentos de, a veces, menos de una página, se percibe la existencia de varias historias principales que se van relacionando unas con otras a través de una ubicación física (Carson City, la ciudad de Ely, etc) o bien a través de detalles. Tenemos la historia de un niño que va con su padre por la carretera y ve un zapato en medio de ella. La de una pareja que se detiene en la misma carretera, junto a un árbol y arroja unos zapatos a lo alto; la de la ciudad de Ely, famosa por los zapatos que cuelgan de los postes y los árbols de la carretera que pasa cerca de ella... El autor nos describe los acontecimientos y sus explicaciones en desorden cronológico, de modo que el lector ha de hacer un ejercició de memoria y abstracción para entender y relacionar.

Lo que no me ha gustado es el afán de afirmar que esto es "original" como si el autor hubiera inventado la pólvora. Pase que esté bien, que tenga su gracia, que se lo ha trabajado y todo eso, pero no, original no es. A mí, de hecho, me recordaba mientras lo leía, a Rayuela, que también nos proponía algo similar, una escritura fragmentada que el lector debía reorganizar a su gusto en la mente. Cómo no, hay alusiones a Borges, como hacedor de historias que se entrecruzan, y en lo científico, a la teoría de las Catástrofes y a la indeterminación, Heisenberg y Pauli, etc, produciendo una mezcolanza literario-científica o emocional-racional algo extraña. Por cierto, también tiene un aire (pero menos prolijo) a La vida, instrucciones de uso, de Perec.

Uno de los fragmentos o hilos narrativos más interesantes es el de la micronación del Reino de Ergaland y Vargaland y su dominio sobre un territorio físico, dos mentales y otro digital. Los demás, como este, también rozan el surrealismo y el absurdo y, sin embargo, por la forma como nos lo cuenta, parecen anécdotas reales y creíbles (los ingleses que hacen la competición de planchar en el aire).

El autor incluye al final de la obra una especie de mapa o cartografía del universo nocilla, como él lo llama, basado en el sistema de representación cosmos:n de Javier Cañada.

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sábado, 10 de diciembre de 2011

Niyomismalosé, de Megan Maxwell


Niyomismalosé, de Megan Maxwell
Editorial: Imagineediciones
380 páginas
15 €

Argumento:

Tras separarse de su marido de veinte años, Nora conoce a un hombre más joven que ella con quien inicia una relación.

Comentario:

A veces es difícil saber si el orden en que se publican las novelas de un autor es el mismo en el que se han escrito. “Niyomismalosé” aparece como publicada en 2011, mientras obras como “Deseo concedido” o “Fue un beso tonto” se publicaron en 2010, siendo esta última la mejor “acabada” tanto a nivel formal como en cuanto a la trama.

Cuando se leen varias novelas seguidas de un mismo autor se acaba conociendo su estilo, sus recursos, las preferencias argumentales o los “vicios” en la redacción y estructura, que son comunes a varias de sus obras. Leyendo “Niyomismalosé” da la impresión de que no ha sido bien revisada, incluso menos que en otras ocasiones. Se observa además una tendencia a escribir frases desordenadas, con añadidos acotados entre comas que dan la impresión de ser ideas añadidas tal como llegan, sin prestar atención a que la redacción sea correcta.

Como si de una novela primeriza se tratara, el texto está repleto de gerundios, adverbios acabados en “-mente”, coletillas habituales en la autora (rápidamente… ) o erratas, entre las que una de las más destacables es que siempre (excepto cuando va tras un punto o inicia la frase) aparece la palabra dios con minúscula en lugar de Dios. En ocasiones estos errores se encuentran repetidos en una sola página o incluso en el mismo párrafo.

Otra característica, repetida a lo largo de toda la novela, es la proliferación de aclaraciones, explicaciones y reiteraciones que en su mayoría se deducen (o deberían) del contexto de la escena y de la frase anterior, lo que da una impresión de inseguridad y torpeza.

Un ejemplo, entre muchos, en la página 307:

-¿Y por qué no voy a aceptar vuestra relación?-preguntó mientras observaba lo bonita que era aquella mujer.
Nora, al escucharla, decidió ser sincera.
-Mi madre no lo acepa a él por nuestra diferencia de edad.
-Pero si eso es una tontería-sonrió la mujer al entender los miedos que reflejaban aquellos ojos-. ¿En serio tu madre no acepta a Ian por eso?

Sin embargo, los problemas más destacados son los estructurales. Si en “Fue un beso tonto” se percibía que había un esquema, una intencionalidad, que las escenas estaban ahí para algo, en esta ocasión la impresión es diferente, siendo un ejemplo la inclusión de una trama policiaca que si se quita no cambiaría nada la historia (él podría ser el monitor de gimnasio que finge ser como tapadera para la investigación y el romance avanzaría igual). De hecho las digresiones protagonizadas por Ian, Blanca y los otros policías, además de estar abarrotadas de datos confusos y situaciones poco creíbles, ralentizan el avance de la que, dado el género de que se trata, sería la trama principal: la relación entre Nora e Ian.

También como en otras novelas de la autora, se reparte el protagonismo entre dos parejas (no tan marcado en esta). Nora y Chiara son dos amigas-hermanas (ambas separadas de unos maridos adúlteros que además son hermanos) cuya relación es tan similar a la de Olga y Clara en “Fue un beso tonto” o la de Megan y Shelma en “Deseo concedido” que en ocasiones da la impresión de estar leyendo la misma historia, ya que incluso tienen una forma de hablar (excepto en “Deseo concedido”, quizá por ser de época), un tanto vulgar y chabacana que aumenta el parecido.

La narración se dispersa entre excesivas subtramas: a las de Nora y de Chiara se suman otras cuitas románticas, desde las de los progenitores de ambos protagonistas, hasta otros familiares o clientes del gimnasio, lo que, además de dispersar la atención y fuerza de las situaciones, recarga la historia con subtramas irrelevantes y personajes, muchos personajes, demasiados, algunos de ellos sin un rol que les haga imprescindibles o interesantes, en parte por la superficialidad con la que se les retrata.

Estos excesos destacan, además de en la mencionada trama policial, en las primeras ochenta páginas, donde se relata la primera boda de Nora con Giorgio, las muertes de su hermano Luca y de la excéntrica tía Emilia, el nacimiento del primer hijo, la relación de Ian con su familia etc… en escenas largas, llenas de diálogos convencionales, menos ingeniosos de lo que se pretende. Son escenas que retrasan el “verdadero” comienzo de la novela (Nora e Ian tardan casi cien páginas en conocerse) y no afectan de manera profunda a la historia de amor, al igual que digresiones posteriores como la visita a la ex suegra, Loredana, y todas las páginas que genera el descubrimiento de su enfermedad y posterior tratamiento, o la conversación entre Giorgio y su hijo Luca.

Los cambios de personalidad de Giorgio a lo largo de la historia: deja a Nora por una mujer más joven sin remordimientos, se arrepiente y quiere recuperarla a ella, a sus hijos y a la madre abandonada, le dan arrebatos de celos casi agresivos, se muestra discriminador con Dulce, la novia de Luca, se reconcilia con todos etc… da una sensación de arbitrariedad, de adaptar la forma de ser del personaje a las “necesidades” narrativas sin tener en cuenta la lógica o la coherencia de situaciones y personalidades.

Todo lo mencionado da una impresión final de abarrotamiento y desorden: se pasa de hablar de un tema a otro diferente en el mismo párrafo, se relatan con detalle hechos sin importancia y se pasa con rapidez por otros que en principio, por la insistencia al mencionarlos, parecían dignos de atención (el viaje de Nora a Sintra, ciudad que apenas se describe y en la que solo se asiste a otro encuentro sexual entre los protagonistas, algo que hubiera podido suceder en cualquier otro lugar).

En cuanto a la trama principal, se elude profundizar en una premisa de cierto atractivo, un romance en el que ella es mayor que él (11 años), separada, madre y a punto de comenzar una nueva vida a los cuarenta, centrando los problemas generados por la situación en la tibia e irracional oposición familiar, puesto que Nora encuentra con facilidad un trabajo como fotógrafa y trata sus inseguridades con sesiones de gimnasio y cremas embellecedoras, lo que junto a la insistencia en describir la belleza física de los protagonistas y la riqueza de su vida sexual, deja una impresión general de superficialidad y desaprovechamiento de las situaciones potenciales, no mostrándose en ningún momento la supuesta inteligencia y humor de Nora.

A todo esto se une la elección de una cubierta desafortunada, tan poco expresiva del contenido como el título, que hace referencia a la dirección de correo electrónico de un personaje cuya aparición es breve y relacionada solo con la trama policial, aunque la protagonista diga la frase en un momento, posterior de la historia.

En resumen, una novela necesitada de mucha revisión formal y estructural, desarrollada de forma superficial y convencional que puede resultar decepcionante o entretenida según las expectativas que se tengan y el nivel de exigencia lectora.


Nota de interés:

El jurado formado por los escritores Fernando Marías, Lourdes Ventura, Ignacio del Valle y Vanessa Montfort, el alcalde de Seseña, Manuel Fuentes Revuelta, Miriam Fernández, concejala de cultura, y Silvia Pérez Trejo, directora editorial de Imagine Ediciones, decidió otorgar el VI Premio Seseña de Novela Romántica, edición 2011, a la obra “Niyomismalosé” de Megan Maxwell.


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