jueves, 6 de marzo de 2014

La Carta Esférica, de Arturo Pérez-Reverte

Editorial: Alfaguara
Colección: Hispánica
6oo páginas
20,50 €
Ebook: 7,99 €

Argumento:

Coy es un marinero sin barco, apartado del mar por un error cometido en un viaje, que conoce a Tánger Soto durante una subasta de artículos marítimos. 
Ella le contrata para buscar el Dei Gloria, un barco naufragado dos siglos y medio atrás, y rescatar su contenido. Durante la búsqueda del navío se enfrentan en varias ocasiones a Nino Palermo, un millonario que quiere ser el primero en hallar el barco.

Comentario:

En apariencia, y durante la mayor parte del texto, se diría que «La Carta Esférica» es una novela romántica... en el sentido masculino el término.

El personaje protagonista, Coy, es, como él mismo dice, un marino sin barco, destinado a permanecer en tierra, donde no sabe desenvolverse durante un periodo de tiempo demasiado largo.

Coy es el clásico perdedor de aspecto poco atractivo, (a lo Bogart y antihéroes similares, incluso Tánger es más alta que él como lo era Bacall con Bogart), a quien sólo le interesa leer novelas relacionadas con el mar y escuchar música de jazz. 

Es un hombre que, aparentemente, idealiza a las mujeres, de las que tiene una imagen poco realista:
«... había pasado su infancia entre abuelas, tías y primas, a orillas de otro mar cerrado y viejo, en una de esas ciudades mediterráneas donde durante miles de años las mujeres enlutadas se reunían al atardecer para hablar en voz baja y observar a los hombres en silencio. Todo eso le había dejado cierto fatalismo atávico, un par de razonamientos y muchas intuiciones. Y ahora, frente a Tánger Soto, pensaba en la mujer de la goleta. A fin de cuentas, se dijo, tal vez una y otra eran la misma, y la vida de los hombres gira siempre en torno a una sola mujer: aquella donde se resumen todas las mujeres del mundo, vértice de todos los misterios y clave de todas las respuestas»

«La que maneja el silencio como nadie, tal vez porque ése es un lenguaje que habla a la perfección desde hace siglos. La que posee la lucidez sabia de mañanas luminosas, atardeceres rojos y mares azul cobalto, templada de estoicismo, tristeza infinita y fatiga para las que -Coy tenía esa extraña certeza- no basta una sola existencia. Era necesario, además y sobre todo, ser hembra, mujer, para mirar con semejante mezcla de hastío, sabiduría y cansancio. Para disponer de aquella penetración aguda como una hoja de acero, imposible de aprender o imitar, nacida de una larga memoria genética de vidas innumerables, viajando como botín en la cala de naves cóncavas y negras, con los muslos ensangrentados entre ruinas humeantes y cadáveres, tejiendo y destejiendo tapices durante innumerables inviernos pariendo hombres para nuevas Troyas y aguardando el retorno de héroes exhaustos; de dioses con pies de barro a los que a veces amaba, a menudo temía y casi siempre, tarde o temprano, despreciaba. »

Tánger Soto es «la Mujer», esa criatura misteriosa y traicionera que fascina al antihéroe con su belleza rubia, su cuerpo cubierto de pecas que Coy quiere contar una a una y una seguridad en sí misma que le asusta:
«Coy asintió. Aquello era obvio. Ella no tenía galones en la boca-manga, sino la regla cada veintiocho días. Porque seguro que, además, era de ésas. Ni un día más ni un día menos. Sólo había que verla: una rubia de piñón fijo. Para ella, dos y dos siempre sumaban cuatro.»

El Dei Gloria es el barco que busca Tánger, por cuyo hallazgo es capaz de todo, la meta perseguida, la aventura épica a que se lanzan.

El autor no tarda en homenajear los clásicos del género, comenzando con Moby Dick«Podríamos llamarlo Ismael, pero en realidad se llamaba Coy. Lo encontré en el penúltimo acto de esta historia, cuando estaba a punto de convertirse en otro náufrago de los que flotan sobre un ataúd mientras el ballenero 'Raquel' busca hijos perdidos»

Con estos datos es fácil establecer un paralelismo entre los protagonistas de «La carta esférica» y «Moby Dick», en que, ya lo dice el autor, Coy sería Ismael, Tánger sería Ahab y el Dei Gloria, cómo no, Moby Dick, aunque no acaban ahí los homenajes.

El autor menciona casi todo libro y película que se le ocurre, desde Melville, Conrad o Stevenson a los cómics de Tintín y las películas clásicas de detectives: «—El 'Dei Gloria' me pertenece -dijo ella-. Y nadie me lo va a quitar. Es mi halcón maltés. »

Estos homenajes incluyen la descripción de personajes como Horacio Kiskoros (
«... un hombrecillo moreno de espeso bigote oscuro y pelo muy peinado hacia atrás con fijador... Tenía los ojos melancólicos, simpáticos, un poco saltones; como las ranitas de los cuentos), del que no hace falta que se diga más tarde que se parece al actor Peter Lorre» (de nuevo El halcón maltés).

Mezcla películas clásicas con cuadros de Boticelli:

«... hacían que uno de los maniquíes alzara un brazo articulado en el codo y la muñeca hacia el pecho, púdico, y mantuviese el otro sobre el supuesto sexo. Venus saliendo directamente de una concha, travestida de replicante Pris Nexus 6 en Blade Runner».

Para resumir, la novela está tan llena de alusiones a cine y literatura de varios géneros que es difícil pillarlas todas, en parte por lo mucho que distraen los incalculables relatos del pasado de Coy en tal o cual barco, una retahíla de nombres de naves y lugares cuya inclusión en la novela no se comprende más allá de las ocasiones en que se utiliza para demorar la revelación de hechos supuestamente importantes.

Porque eso es lo malo de la obra, que se consume cantidad de texto para contar muy poco, y se hace de la forma más larga, monótona y aburrida posible.

La historia ya comienza pausada. La subasta, la imagen medio vista de una mujer rubia, las digresiones al pasado y otros detalles mientras Coy no consigue ver el rostro de la misteriosa dama, cuya apariencia se va desvelando poco a poco, detalle a detalle, desde la ropa a las pecas que adornan todo su cuerpo y que, con el tiempo, el protagonista anhelará contar una a una...

Cuando Coy consigue ver el rostro de la mujer el autor se lanza a averiguar el nombre... y otra media docena de páginas de divagaciones hasta revelar que se llama Tánger Soto.

El resto es más de lo mismo. Que si Tánger está muy buena, es muy misteriosa y muy mala, pero Coy, que la compara con Verónica Lake, la Kim Basinger de L.A. Confidencial o Jessica Rabbit («En realidad no soy mala, es que me dibujaron así»), siente tal fascinación que todo le da lo mismo, él se siente Bogart, se siente el Orson Welles de La dama de Shanghai, el antihéroe clásico borracho de romanticismo que cree que la mujer que desea es una mala puta pero bueno... hay que tirársela como sea.

Otra buena parte del texto se dedica a los encuentros y desencuentros con Nino Palermo (cuya principal característica es su incapacidad de terminar las frases, al menos se ha intentado darle un rasgo distintivo) y su matón, Kiskoros, que tiene varios enfrentamientos con Coy.

Cada aparición de Palermo incluye detalladas descripciones de todo el oro que carga sobre su cuerpo, suficiente para fundir dos lingotes. Entre el oro, los ojos bicolor (uno verde, otro pardo) que Coy mira de forma alternativa o las continuas alusiones a su sonrisa-mueca de escualo, casi (casi) pasa desapercibida la manía del protagonista por expresar situaciones con iniciales, como: «LENC: Ley de los Encuentros Nada Casuales». «LTMSCBA: Ley de la Tostada de Mantequilla que Siempre Cae Boca Abajo».

Más tarde, y sin olvidar las mencionadas digresiones sobre todos los barcos en que ha estado Coy, se van descubriendo cosas sobre el Dei Gloria por el 
«imaginativo» método de que Tánger le cuente a Coy todo lo que sabe y (¿toque de humor?) le aburra con la abrumadora cantidad de datos que suelta de golpe, sobre la historia española del siglo XVIII, el clima político, los jesuitas, etc..

Hacia el final (solo quedan unas cien páginas), toma la palabra en primera persona un tal Néstor Perona, maestro cartógrafo, que revela ser quien cuenta la historia de Coy, además de ponerles en la verdadera pista para el hallazgo del barco y ocupar páginas y páginas de charla egocéntrica e insustancial difícil de soportar.

La aparición de este personaje desconcierta y molesta, saca de situación, de una historia contada en todo momento desde el punto de vista de Coy, que impide saber si sus apreciaciones sobre Tánger, Palermo, etc... son o no fiables, cambiando la perspectiva de quien lee. 

¿Por qué cuenta Perona la historia de Coy? Ni idea. Además hace aún menos creíble la trama. Alguien contando lo que otro le ha contado ¿puede ser tan meticuloso con cada detalle y recuerdo?

Poco a poco, morosamente, la trama avanza, lastrada por descripciones de la ropa que lleva Tánger, términos marítimos, listado de nombres de barcos, encuentros con Palermo y Kiskoros que les dejan a su aire justo cuanto más cerca están de encontrar el Dei Gloria para buscar la sorpresa, una de esas situaciones típicas y poco creativas que culmina en un final inenarrable por lo previsible, por lo absurdo, por el afán castigador de tantos autores a los personajes que se salen de la norma, qué importa que el «enamorado» Coy traicione su «amor» sin vacilación ni otro motivo que precipitar un final «clásico» del género, que para eso están los homenajes.

Un detalle: En un momento dado el autor se pone galdosiano y se menciona brevemente a Lucas Corso, protagonista de El Club Dumas («El azar, en forma de un hurón de bibliotecas llamado Corso, un tipo que le suministraba material relacionado con el mar, cartas náuticas antiguas, derroteros y cosas así -un desaprensivo, dicho fuera de paso, que cobraba carísimo-, le había puesto en las manos un libro...») y, junto a Alatriste, uno de los alter ego del escritor.

Simpáticos extractos de la novela:

Nino Palermo a Coy: —Hágase cargo -concluyó el tipo-. Ellas desean que nos las tiremos. O más bien desean que deseemos tirárnoslas. Pero sobre todo desean que paguemos por ello. Con nuestro dinero, con nuestra libertad, con nuestro pensamiento... En su mundo, créame, no existe la palabra «gratis».

El Piloto a Coy: —Imagínate un reloj... Un reloj que sea preciso detener. Tú y yo lo pararíamos como cualquier hombre: dándole martillazos. La mujer no. Cuando tiene la oportunidad, lo que hace es desmontarte pieza a pieza. Sacarlo todo a la luz, de modo que nadie vuelva a ser capaz de recomponerlo. Que no vuelva a dar la hora jamás... Por Dios. Las he visto... Sí. Desmontan para siempre el mecanismo de hombres hechos y derechos con un gesto, una mirada o una simple palabra.

Néstor Perona: «Según parece, tanto el cartógrafo como el caballero que tomó la latitud sobre su mapa afinaron bien.
Dije caballero y no dama porque, pese a no serlo de verdad, me gusta ejercer ante mis alumnas como repugnante machista. También quería comprobar si Tánger Soto era de las que tienen tiempo libre para ofenderse por ese tipo de chorradas. Pero no parecía ofendida. Se limitó a volverse un poco hacia el acompañante. 

—Ese caballero es este marino».

Notas y curiosidades:


- En 2007 Imanol Uribe dirigió una película basada en La carta esférica, rodada en Águilas y Cartagena (Murcia) y protagonizada por Carmelo Gómez (Coy), Aitana Sánchez-Gijón (Tánger), Darío Grandinetti (Horacio Kiskoros)y Enrico Lo Verso (Nino Palermo).

- Pérez-Reverte incluyó entre los personajes de la novela a Paco el piloto, marino que le enseñó las primeras nociones sobre el mar, fallecido años antes. En la película lo interpreta Javier García Gallego, instructor de Carmelo Gómez en técnicas de buceo y campeón de vela, quien recibió clases de interpretación durante dos meses con un profesor de la Escuela de Arte Dramático de Murcia.


**T***

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