Editorial: Plaza & Janés, 2017
288 páginas
19.90 €
Ebook: 9.99 €
Argumento:
La decisión de Francisca de abandonar El Espejuelo, pueblo en
el que vive, para irse a la ciudad, es el comienzo de una serie de cambios en
su familia.
Comentario:
Aunque la novela se titula «La hija del alfarero», Francisca
no es la protagonista absoluta, sino que comparte protagonismo con el resto de
su familia: Brígida y Justino, los progenitores, y Carlos, su hermano, todos
ellos al servicio de una obra que la publicidad califica como «una emotiva y
apasionada historia sobre las consecuencias de nuestros actos y el sacrificio
necesario para alcanzar los propios deseos.», entre otros detalles que quizá
desvelan, prematuramente, demasiado de la trama.
Sin embargo, una lectura más «creativa», se aleja de
generalidades como «consecuencias de nuestros actos» o «sacrificio necesario»,
que parecen aludir a pasajes tan tópicos como previsibles (lo que le pasa a
Francisca en el hotel donde trabaja en Ciudad del Mar, Carlos en El Olvido),
para «descubrir» otros temas de mayor interés y complejidad: la vida rural, las
diferencias entre vivir en un pueblo diminuto o en una ciudad más grande, el
desarraigo, de la implacabilidad del progreso y el paso del tiempo… relatado de
manera más o menos simbólica.
Brígida y Justino representarían ese mundo
rural cuyo destino es ser vencido por el progreso (la evolución del trabajo de
alfarero, el abandono del pueblo en busca de algo mejor hasta quedar casi
deshabitado…):
«En El Espejuelo, la casa
de los claveles rojos fue vendida. El alfar, en el que Justino, el padre
alfarero de Carlos, se había dejado la vida, fue abandonado. La maleza lo fue
cubriendo como lo encontraron años atrás, y la furgoneta con la que hizo el
reparto de material a las obras de El Olvido fue vendida, ocupando su lugar un
coche de lujo que no desmereciera al lado de los coches de los vecinos.».
Carlos simbolizaría la llegada del progreso, y la riqueza al poner tejas de
barro cocido en todas las casas de El Olvido, y los cambios que se producen en
cuanto a riqueza, turismo, negocios (cafetería, panadería y bollería, una
peluquería donde estaban las cuadras):
«Fueron tantas las ideas de negocios a
instalar en el pueblo que hasta don Juan del Oso, el cura, con ánimo de
recaudar fondos para las necesidades de la iglesia y evitar obras en donde
instalar objetos sacros, pensó en restaurar un viejo confesionario que
almacenaba polvo de siglos en la planta baja de la torre del campanario e
instalarlo en la puerta de la iglesia, habilitado como quiosco, al que llamaría
EL RINCONCITO DE DIOS.».
Francisca contribuye al cambio yéndose a
vivir a Ciudad del Mar en un tren cuyo trayecto indica el cambio de un mundo a
otro:
«A través de las ventanillas, el
paisaje y la luz iban cambiando, pasando de la aridez de la tierra escasa de
vegetación y un tiempo aún fresco a pesar del comienzo de la primavera, a un
paisaje más verde tapizado de viñas y cultivos de almendros en flor en donde el
aire, al asomarse a las ventanillas, era más cálido y lleno de aromas a flores
silvestres que más tarde darían paso al perfume del azahar procedente de los
campos interminables de naranjos cruzados por las vías del ferrocarril.».
Lamentablemente, el autor carece de los
recursos necesarios para plasmar adecuadamente sus ideas, cayendo en errores de
principiante: diálogos explicativos en los que los protagonistas saben lo que
cuentan, dedicados solo a transmitir torpemente cierta información; exceso de
puntos de vista, entre ellos los de personajes secundarios; recuerda cada poco
quién es quién («Brígida estaba sola.
Justino, su marido, y Carlos, su hijo, se encontraban en el tejar…»); Y, lo
más destacado, el paso del tiempo, que no parece transcurrir a la misma
velocidad para Francisca que para Carlos, lo que produce desconcierto y
confusión, al no saber siquiera cuanto tiempo transcurre entre el principio y
el final de la obra.
En resumen, «La hija del alfarero» es una
novela deficiente en lo formal (algo solucionable aprendiendo técnica literaria), en la que destaca alguna
imagen poética, en especial en escenas situadas en El Espejuelo, sus paisajes o
el trabajo de alfarero, con el mérito de tener algo que contar, un universo
propio: la recreación, nostálgica e intensa, del mundo rural, ambientada en la
comarca de Vallehondo, ya presente en la anterior, y primera, novela de su
autor, «La melodía del tiempo».
***T***
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Decepcio
ResponderEliminarDecepcionante.Me ha parecido un plato cocinado con buena materia prima y falto de sal y pimienta.
ResponderEliminarRecomiendo los dos libros que ha escrito perales.tanto la melodia del tiempo. Así como la hija del alfarero son dos Jonas litetarias. Para mi son mejores que cien años de soledad de García marquez.esa es mi opiniones. Perales resulto un excelente escritor.
ResponderEliminarLos diálogos no son creíbles, demasiados retóricos. Los momentos poéticos son excesivos y no aportan información importante para poder imaginar el universo que rodea los personajes.
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