Además de Langdon y Solomon, hay otros personajes en la obra, todos, como ellos, carentes de personalidad, varios sobrantes. Entre ellos, el editor de Penguin Random House, Jonas Faukman, el empleado del departamento de Seguridad Informática, Alex Conan, y el resto de quienes intervienen en esta trama que, pese a la cantidad de capítulos que ocupa, podría eliminarse sin que afectase a la narración más allá de beneficiarla al disminuir la cantidad de páginas sin interés que no habría que leer.
De los componentes del servicio de inteligencia checo, Janáček y Pavel, mejor no hablar, sobre todo del segundo y cómo se resuelve su absurda trama, en un par de frases decepcionantes, a la altura de su nula importancia. Al menos Sasha Vesna, el inevitable Golěm (estamos en Praga), clásico personaje poco convencional del autor, o la embajadora de Estados Unidos, Heide Nagel, tienen roles más o menos necesarios para que la historia avance.
Se podría tomar a Praga como otro personaje, uno de los que más páginas ocupan: descripciones de lugares largas, sosas, aburridas, monótonas, que no aportan nada, no te hacen sentir que estás en la ciudad, ni conocer su historia, sus leyendas o cualquier cosa que se pretenda aportar. Pero es otra de las señas de identidad de Brown. Y más texto sobrante.
Como suele hacer el autor, se alternan capítulos breves protagonizados por distintos personajes, que muchas veces acaban en un momento de intriga o peligro, buscando que se quiera seguir leyendo para saber cómo se resuelve… casi nunca de forma satisfactoria. Por lo general, vuelve a contar lo mismo que en el pasaje anterior con un par de frases más, que dan la sensación de que se está avanzando, aunque demasiado despacio. Puede resultar frustrante.
Brown recurre también a los flashbacks habituales en sus novelas, en este caso para recordar los días anteriores al que se desarrolla la acción (otro clásico, que toda la acción transcurra en un día). Se centra en el contenido de la charla de Katherine a la que asistió poco antes, la relación romántica que ha nacido entre ellos y conversaciones con otros personajes que, se supone, le sirven para hacer deducciones y resolver enigmas, en esta ocasión pocos y simples, como encontrar la clave para entrar en cierto lugar.
En cuanto a las partes más o menos científicas, místicas etc... se exponen ideas, sugieren posibilidades, hay varios experimentos y poco más. Pese a que se insiste una y otra vez en relatar lo que sería el motivo de tantas persecuciones, asesinatos y conspiraciones, no resulta fácil comprender en qué consiste, y eso que las explicaciones son largas y repetitivas. Y confusas. Una vez, y otra, y otra.
En resumen, El último secreto es una novela típica de su autor, que repite un esquema similar a las anteriores, sin grandes alardes literarios, sin personajes, solo acción, muy lenta y aburrida, ideas de cierto interés que no llega a desarrollar en todo su potencial, apenas esbozadas, quién sabe si por alguna carencia, quizá de imaginación. Se deja leer, y hasta entretiene, a ratos, pero es tan larga que se ven demasiado sus carencias tanto de forma como de fondo. Para incondicionales. O no.
Se me hace raro que Covadonga no reseñe un libro de Dan Brown. Suele hacerlo ella casi siempre. Aunque estoy seguro de que opina igual.
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