lunes, 28 de diciembre de 2015

La puerta abierta, de Margaret Oliphant

T.O.: The Open Door, 1882
Editorial: Valdemar, 1987
120 páginas

Argumento:

A instancias de su hijo Roland, el coronel Henry Mortimer accede a investigar unos extraños sonidos que el niño ha escuchado junto a una casa abandonada. Tras su inicial escepticismo, decide investigar su origen.

Comentario (con SPOILERS):

Esta novela breve es el relato realizado en primera persona por el protagonista de un hecho sobrenatural sucedido cuando él y su familia residían en Brentwood. Sin capítulos y con muy pocos diálogos, la historia se basa sobre todo en la atmósfera que consigue recrear la autora, entre lo fantástico y lo dramático, y en la resolución de una historia de fantasmas que cuenta con varios ingredientes habituales del género, desde la casa encantada a la presencia atormentada que necesita entender lo que le sucede y ser rescatada de su «prisión».

Las distintas visitas, diurnas y nocturnas, a la casa abandonada, que podrían parecer repetitivas, sirven tanto para mostrar la evolución del coronel ante los sucesos aparentemente sobrenaturales a los que se enfrenta (incredulidad, temor, certeza, compasión, necesidad de ayudar) y la forma en la que reaccionan los distintos tipos de personas que son testigos de los fenómenos.

Roland cree que hay un espíritu y quiere ayudarlo, los Jarvis, representantes del pueblo, saben lo que ocurre y se niegan a acercarse al lugar, asustados. El mayordomo, Bagley, un ex soldado que luchó junto al protagonista en India, se deja vencer por el miedo y queda postrado. El doctor Simson representa el escepticismo, la negativa a creer en lo sobrenatural, decidido a aceptar cualquier otra explicación por improbable que sea. Montcrieff, anciano sacerdote del pueblo, se enfrenta a la presencia con la entereza de su fe y conocimientos que no comparten los demás.

Estos personajes, como el resto (la señora Mortimer y sus hijas, Agatha y Jeanie) no tienen más rasgos de personalidad que los necesarios para el cometido más o menos importante que cumplen en el relato, siendo el narrador, Henry Mortimer, quien más matices muestra: culpabilidad por retrasar su regreso, miedo a perder a su hijo o una necesidad de estar a la altura de lo que Roland espera de él que le «obliga» a intentar resolver el asunto del fantasma.

Quizá «La puerta abierta» resulte una historia muy sencilla hoy en día, cuando ya se ha leído tanto y pocas cosas sorprenden, que no se le saque todo el partido posible a algunas situaciones, o que la explicación sobre la identidad y circunstancias del espíritu sea tan breve que pueda resultar decepcionante, pero la cuidada atmósfera, la profundidad del amor de Henry Mortimer hacia su hijo («Sentíamos un cariño especial por el muchacho, pues era el único varón que nos quedaba, y estábamos convencidos de que su constitución era muy débil y su espíritu profundamente impresionable.») y la sensibilidad del sacerdote, hacen que la lectura sea tan entretenida como emotiva.


Citas de «La puerta abierta»:

«Ahora ya no había ninguna estancia a la que entrar, pues la despensa y la cocina habían sido totalmente barridas de la existencia… Y, sin embargo, quedaba aquella puerta, abierta y vacía, expuesta a los vientos, a los conejos y a las criaturas salvajes. La primera vez que llegué a Brentwood me emocionó, como si fuera un melancólico comentario de una vida que se fue para siempre. Una puerta que conducía a la nada -una puerta que alguna vez fue cerrada precipitadamente y sus cerrojos echados con cautela-, ahora vacía también de todo significado. Sí, recuerdo que me impresionó desde el principio; tanto, que se podría decir que mi espíritu estaba predispuesto a concederle una importancia que nada podría justificar.»

***

«Si nos hubieran contado la historia desde el principio, es posible que toda la familia hubiera considerado la posesión de un fantasma como una ventaja incuestionable.
Es la moda. Pero nunca tenemos en cuenta el riesgo que entraña jugar con la imaginación de los jóvenes, sino que exclamamos, según el dictado de la moda: «¡Y tiene un fantasma y todo…! ¡Desde luego no se puede pedir nada más para que sea perfecto!» Ni yo mismo hubiera podido resistirme. Naturalmente, la idea de un fantasma me habría hecho reír; pero, después de todo, pensar que era mío habría halagado mi vanidad. Oh, sí, no pretendo ser una excepción. Para las chicas habría sido delicioso. Me era fácil imaginar su impaciencia, su interés, su entusiasmo. No; si nos lo hubieran contado, habríamos cerrado el negocio lo más rápido posible, de puro estúpidos que somos.»


***T***


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