T.O.:
The Open Door, 1882
Editorial: Valdemar, 1987
120 páginasArgumento:
A instancias de su hijo Roland, el coronel Henry Mortimer accede a investigar unos extraños sonidos que el niño
ha escuchado junto a una casa abandonada. Tras su inicial escepticismo, decide
investigar su origen.
Comentario (con SPOILERS):
Esta novela breve es el relato realizado en primera
persona por el protagonista de un hecho sobrenatural sucedido cuando él y su
familia residían en Brentwood. Sin capítulos y con muy pocos diálogos, la
historia se basa sobre todo en la atmósfera que consigue recrear la autora,
entre lo fantástico y lo dramático, y en la resolución de una historia de
fantasmas que cuenta con varios ingredientes habituales del género, desde la
casa encantada a la presencia atormentada que necesita
entender lo que le sucede y ser rescatada de su «prisión».
Las distintas visitas, diurnas y nocturnas, a la casa
abandonada, que podrían parecer repetitivas, sirven tanto para mostrar la
evolución del coronel ante los sucesos aparentemente sobrenaturales a los que
se enfrenta (incredulidad, temor, certeza, compasión, necesidad de ayudar) y la
forma en la que reaccionan los distintos tipos de personas que son testigos de los
fenómenos.
Roland cree que hay un espíritu y quiere ayudarlo, los
Jarvis, representantes del pueblo, saben lo que ocurre y se niegan a acercarse
al lugar, asustados. El mayordomo, Bagley, un ex soldado que luchó junto al
protagonista en India, se deja vencer por el miedo y queda postrado. El doctor
Simson representa el escepticismo, la negativa a creer en lo sobrenatural,
decidido a aceptar cualquier otra explicación por improbable que sea. Montcrieff,
anciano sacerdote del pueblo, se enfrenta a la presencia con la entereza de su
fe y conocimientos que no comparten los demás.
Estos personajes, como el resto (la señora Mortimer y sus hijas,
Agatha y Jeanie) no tienen más rasgos de personalidad que los necesarios para
el cometido más o menos importante que cumplen en el relato, siendo el narrador,
Henry Mortimer, quien más matices muestra: culpabilidad por retrasar su regreso,
miedo a perder a su hijo o una necesidad de estar a la altura de lo que Roland
espera de él que le «obliga» a intentar resolver el asunto del fantasma.
Quizá «La puerta abierta» resulte una historia muy sencilla
hoy en día, cuando ya se ha leído tanto y pocas cosas sorprenden, que no se le
saque todo el partido posible a algunas situaciones, o que la explicación sobre
la identidad y circunstancias del espíritu sea tan breve que pueda resultar
decepcionante, pero la cuidada atmósfera, la profundidad del amor de Henry Mortimer
hacia su hijo («Sentíamos un cariño
especial por el muchacho, pues era el único varón que nos quedaba, y estábamos
convencidos de que su constitución era muy débil y su espíritu profundamente
impresionable.») y la sensibilidad del sacerdote, hacen que la lectura sea
tan entretenida como emotiva.
Citas de «La puerta abierta»:
«Ahora ya no había ninguna estancia a la que entrar, pues la
despensa y la cocina habían sido totalmente barridas de la existencia… Y, sin
embargo, quedaba aquella puerta, abierta y vacía, expuesta a los vientos, a los
conejos y a las criaturas salvajes. La primera vez que llegué a Brentwood me
emocionó, como si fuera un melancólico comentario de una vida que se fue para
siempre. Una puerta que conducía a la nada -una puerta que alguna vez fue
cerrada precipitadamente y sus cerrojos echados con cautela-, ahora vacía
también de todo significado. Sí, recuerdo que me impresionó desde el principio;
tanto, que se podría decir que mi espíritu estaba predispuesto a concederle una
importancia que nada podría justificar.»
***
«Si nos hubieran contado la historia desde el principio, es
posible que toda la familia hubiera considerado la posesión de un fantasma como
una ventaja incuestionable.
Es la moda. Pero nunca tenemos en cuenta el riesgo que
entraña jugar con la imaginación de los jóvenes, sino que exclamamos, según el
dictado de la moda: «¡Y tiene un fantasma y todo…! ¡Desde luego no se puede
pedir nada más para que sea perfecto!» Ni yo mismo hubiera podido resistirme.
Naturalmente, la idea de un fantasma me habría hecho reír; pero, después de
todo, pensar que era mío habría halagado mi vanidad. Oh, sí, no pretendo ser
una excepción. Para las chicas habría sido delicioso. Me era fácil imaginar su
impaciencia, su interés, su entusiasmo. No; si nos lo hubieran contado,
habríamos cerrado el negocio lo más rápido posible, de puro estúpidos que
somos.»
***T***
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