Editorial: Espasa, 2018
416 páginas
19,90€
Ebook: 12,99 €
Argumento:
La inspectora jefa Ana Arén se enfrenta a la investigación
del asesinato de Mónica Spinoza, duquesa de Mediona, al tiempo que intenta
recuperarse de lo sucedido varios meses antes y soportar a un comisario que
trata de obstaculizar su trabajo.
Comentario:
«La química del odio» se inicia seis meses después de los
hechos narrados en «No soy un monstruo» y, aunque pocas, hace las suficientes referencias a
lo sucedido en la novela anterior, y su resolución, como para que sea
recomendable leerlas en el orden que han sido publicadas.
Si se compara una obra con otra a nivel formal, da la
impresión de que las reiteraciones de información han disminuido hasta un nivel
apenas perceptible, aunque sigue «chirriando» la abundancia de puntos de vista,
que no se limitan a la protagonista, Ana, o a los personajes conocidos (Neri,
Joan), o nuevos, que tengan importancia dentro de la historia (PéBé, Paloma)
sino que, además, incluyen a otros tan secundarios que apenas aparecen en una
escena, lo que puede crear confusión y la percepción, errónea, de que quizá
tengan relevancia en la narración.
Que además la autora incluya multitud de saltos temporales
(en esta ocasión sí vienen a cuento los pasajes de la infancia de Ana),
párrafos en cursiva y pensamientos, use la tercera persona y la primera, la
redacción en pasado y presente, produce una sensación caótica, desconcertante,
al menos hasta que la mente se adapta al ritmo establecido, o crece el
interés por lo que sucede en la novela.
En «La química del odio» también se usa del recurso de
advertir que está a punto de suceder algo importante, incluso dramático, que
los personajes no pueden ni imaginar, con la finalidad de «enganchar», ese
querer saber de qué se habla que impulsa a continuar con la lectura.
Lamentablemente, se nota en exceso cual es la intención, y se utiliza demasiadas
veces, muchas de ellas con torpeza y sin necesidad, puesto que la historia es
lo suficiente atractiva para mantener el interés.
Algo similar ocurre con las maniobras de dilación: cuando un
personaje está a punto de hacer una revelación que se sugiere de gran
importancia, la autora cambia de tema, incluye parrafadas de naderías, acaba el
capítulo y se centra en otras cosas, o lo empieza con el relato de algo que ya
ha pasado para luego contarlo poco a poco. Si bien son recursos habituales en
el género, cuando, como en este caso, se perciben tan forzados, abundantes y
obvios, pueden llegar a provocar lo contrario a lo que se pretende.
En cuanto a los personajes, los que ya aparecían en «No soy
un monstruo» (Ana, Inés, Neri, Ruipérez, Charo, Joan, Laura…) tienen sus
personalidades ya establecidas. Entre los nuevos destacan, por sus
características poco convencionales, el juez Juan Pérez Benítez (PéBé) y
la forense, Paloma Marco. La víctima, Mónica Espinoza, duquesa de Mediona, se
diría una mezcla de detalles de distintas personas reales, aun sin llegar a
profundizar en ella.
Además, se menciona, quizá a modo de homenaje, y sin dar sus verdaderos nombres, a compañeras de la autora, como Toñí Moreno, presentadora de Viva la vida, en la novela de Viva la tarde del domingo («En el escenario, una presentadora en zapatillas deportivas despedía a un grupo musical que Ana no supo reconocer.»), o Ana Rosa Quintana, de El programa de Ana Rosa («—Un búnker con sofá —matizó Nori—. Pero el sofá no estaba. Me lo regaló hace un par de semanas Rosana, la presentadora del magazine de las mañanas. No le gustaba el que tenía en su camerino y se ha comprado otro.»)
La novela tiene bastantes similitudes con la anterior, tanto
en su estructura como en su desarrollo, incluyendo un test para reconocer ciertas reacciones, al estilo del programa NeuroQWERTY, o en la
conclusión. Igualmente se hace crítica de diversos temas, ya abordados en la
otra, con el odio como tema principal, lo que «justifica», por ejemplo, la
exagerada inquina del comisario Ruipérez hacia Ana Arén.
La complejidad y cantidad de subtramas, posibilidades,
personajes y situaciones, que podrían dar lugar a confusión o desorden, se
resuelven con habilidad, justificando la inclusión de algunos pasajes, en
apariencia sobrantes, durante la explicación final de lo sucedido.
En resumen, «La química del odio», pese a sus «defectos»
formales, algunas descripciones en exceso truculentas y semejanzas con «No soy
un monstruo» (y otras obras del género) es una segunda novela muy digna, entretenida, bien desarrollada,
apenas «tramposa», con capacidad para enganchar, giros argumentales, y una
resolución satisfactoria.
***T***
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Hola!! Ayer terminé yo la reseña de mi blog y el libro sale más mal parado que aquí 8)
ResponderEliminarA mi se me ha hecho muy poco creíble, batiburrillo total de posibles asesinos, cadáveres ahí, apareciendo alegremente, mal escrito... Paro porque tampoco quiero desvelar más de la cuenta. A mi me ha transmitido La quimica del odio ser un libro exigido a la autora. Esto q cuentan los escritores que reciben un suculento adelanto de la editorial y se compromete el escritor a un número de libros... Lo que sí le concedo a Chaparro es que si bien tiene imaginación y eso es esencial en un escrit@r, no cuenta con la habilidad de arrastrarse a su mundo. El primero, sin ser un libro excepcional ; me pareció más entretenido. Saludos y suerte en la elección de próximas lecturas �� Nymeria
Totalmente de acuerdo que es entretenido però con abusos de trama truculenta para enganchar. Para mi gusto demasiadas referencias al medio televisivo. Flojo.
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