Editorial:
Bruguera, 1973
Colección:
Selección Terror nº 2
Ilustración
de cubierta: Ángel Badía Camps
128 páginas
Argumento:
El día 22
de noviembre de 1870 Jason Shelley fallece de un ataque cardíaco. Su esposa
Yvette le lleva de regreso a su casa, Cliffs Manors, para enterrarle en el
panteón familiar.
Comentario:
«ANOCHE
salí de la tumba.
Había
temido tanto por ese momento...
Cuando uno
muere y es amortajado, cuando la tapa del féretro se cierra encima, y se
escucha el golpe seco de las cerraduras ajustando el fúnebre arcón, se sabe que
de allí ya no va a salir el cuerpo, sino convertido en huesos salpicados de
jirones de tejidos podridos, o acaso hecho carne corrompida, maloliente, con
vello desordenado y los gusanos pululando en las vacías cuencas donde antes
hubo unos ojos llenos de vida.
Eso es la
Muerte. De ella, no se vuelve. Nadie ha vuelto, que yo sepa.
Yo, sí.
Yo volví
de mi ataúd para vivir una segunda existencia que nadie hubiese creído. Yo
regresé de las tinieblas del panteón, como terrible emisario de ultratumba.
Yo, Jason
Shelley.»
Así
comienza «Anoche salí de la tumba», una novela de terror dividida en dos partes
(«El relato del muerto» y «Horror en la niebla») de diferente desarrollo e
interés, resultando la primera más previsible que la segunda.
En «El
relato del muerto», tras los inquietantes párrafos antes citados, se hace una
especie de flashback que relata los días anteriores al fallecimiento de Jason
Shelley, incluyendo la decisión de Yvette de vender todas sus propiedades para
convertirlas en dinero o un ataque previo atendido por el doctor Devlin y la
enfermera Maddern, personajes que no son del agrado de la mujer.
El autor da
desde el principio pistas poco sutiles que permiten intuir la dirección en la
que se dirigirá la trama: lo que va a pasar, quién lo hace, la identidad y el
destino de su cómplice etc..., lo que puede ocasionar que el interés por la
lectura sea errático hasta la aparición, hacia la mitad de la novela, de un
nuevo personaje que se creía desaparecido, Roger Hastings, quien empieza a
sospechar lo que ha pasado y parece decidido a investigarlo.
Llama la
atención el relato en primera persona del asesino, tanto por lo tópico de sus
motivos, su total conciencia de ser malvado (de manual), en la que se recrea
casi morbosamente, como por una prosa algo torpe y explicativa en la que
mediante una conversación con su cómplice (que ya lo sabe todo) cuenta lo
sucedido, la planificación y la razón de hacerlo.
De hecho,
también resalta lo caótico de la redacción, que incluye frases desordenadas,
algunas tanto que es difícil comprender lo que quiere decir el
autor incluso después de varias lecturas, dando una impresión de
apresuramiento y falta de revisión que permanece durante toda la novela.
Además, el
desarrollo de la historia se ve perjudicado por la «obligada» brevedad que
impone el formato en el que fue publicada, con lo que personajes y situaciones
potencialmente interesantes, como Charlotte Sanders, cuya sesión de espiritismo
y lo que en ella sucede es una de las escenas más inquietantes de esta primera
parte, no se aprovechan como sería posible.
«Horror en
la niebla» comienza algún tiempo después de forma un tanto desconcertante, en
un museo de cera donde su dueño, Zoltan Czek, toma una drástica decisión, de la
que culpa al poderoso Bruce Strange.
Esta segunda parte es, en principio, un poco menos previsible, quizá debido a la aparición de nuevos personajes que enriquecen y dan complejidad a la historia, creando nuevas subtramas y la duda sobre cómo evolucionará.
Roger Hastings y su ayudante Rahma se convierten en una especie de Holmes y Watson (al parecer intervienen también en otra novela del autor: «Monstruos en Baker Street») que se hacen cargo de la situación cuando comienzan a aparecer personas asesinadas en circunstancias poco convencionales y testigos que hablan de extrañas apariciones.
Las escenas
de terror están descritas de forma expresiva, casi morbosa («Tenía la cara arañada, los brazos desgarrados... Una expresión
pavorosa, como la tendría una mujer enterrada viva al querer salir de su
féretro... Se movía espectral, lenta, solemne, fija su mirada vidriosa, en unas
cuencas profundas, en torno a las cuales la carne humana era ya algo
putrefacto, goteando pus o materia hedionda. Un fuerte hedor a muerte, a
panteón, a carne podrida, hirió el olfato del aterrorizado Burns.»),
dotando a la obra de una ambientación tan intensa como clásica y efectiva.
El interés de
Roger Hastings hacia Hazel Reed, los crímenes con
connotaciones sobrenaturales, las revelaciones sobre lo sucedido en el pasado y
las consecuencias en el presente, la tragedia, la locura o la venganza desde
ultratumba, hacen que la historia adquiera un interés que va de menos a más
hacia el final de la narración.
En resumen,
una novela irregular, en la que tienen cabida el misterio, un horror que
recuerda a Poe y a las películas de la Hammer, un poco de romance, giros de
tuerca argumentales no muy previsibles y algo de acción.
Cita de «Anoche salí de la tumba»:
«La puerta chirrió levemente. Skelton se volvió para decir algo, sorprendido
de su silencio. Emitió un grito ronco, y se le erizaron los cabellos.
Aquella mujer...
Permanecía erguida en la puerta, sus ropas blancas flotaban, entre encajes
y lazos. Estaba pálida. Muy pálida. Demasiado pálida. Y aquellas ojeras,
aquellas sombras en torno a los ojos negros.
El pelo negro, como ala de cuervo... La belleza pálida.
—Señora... —jadeó, estremecido—. ¿Quién es usted? ¿Qué desea? Se equivocó,
sin duda.
Ella no hablaba. Nunca hablaba, al parecer. Se movió. Se movió hacia él.
Andaba..., andaba descalza, sobre la alfombra. El roce era pausado, lento.
Las luces de gas temblaron. Skelton tuvo miedo por primera vez, sin saber
por qué. Dio un paso atrás. Incluso cometió el error de extraer bruscamente su
largo, afilado cuchillo. El que iba destinado a Roger Hastings...
—No..., ¡no se acerque! —jadeó—. ¡No lo haga, señora, o... la mato!
Ella le miró extraña, alucinada. De repente, sus labios exangües se
abrieron. Una larga carcajada demencial escapó de aquella boca. Los cabellos de
Skelton se erizaron.
Detrás..., detrás de la mujer aquella, morena y fantasmal, venía alguien más...
¡Otra mujer avanzaba hacia él, con paso de espectro!
Skelton Burns entendió de repente. Reconoció a la mujer de ropaje blanco
como una mortaja funeraria. Recordó el retrato oval, en el cajón de la cómoda.
—¡Usted! —aulló—. ¡No, no puede ser! ¡Usted...»
***T***
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