viernes, 28 de marzo de 2014

Anoche salí de la tumba, de Curtis Garland

Editorial: Bruguera, 1973
Colección: Selección Terror nº 2
Ilustración de cubierta: Ángel Badía Camps
128 páginas
Argumento:

El día 22 de noviembre de 1870 Jason Shelley fallece de un ataque cardíaco. Su esposa Yvette le lleva de regreso a su casa, Cliffs Manors, para enterrarle en el panteón familiar.

Comentario:

«ANOCHE salí­ de la tumba.
Habí­a temido tanto por ese momento...
Cuando uno muere y es amortajado, cuando la tapa del féretro se cierra encima, y se escucha el golpe seco de las cerraduras ajustando el fúnebre arcón, se sabe que de allí­ ya no va a salir el cuerpo, sino convertido en huesos salpicados de jirones de tejidos podridos, o acaso hecho carne corrompida, maloliente, con vello desordenado y los gusanos pululando en las vací­as cuencas donde antes hubo unos ojos llenos de vida.
Eso es la Muerte. De ella, no se vuelve. Nadie ha vuelto, que yo sepa.
Yo, sí­.
Yo volví­ de mi ataúd para vivir una segunda existencia que nadie hubiese creí­do. Yo regresé de las tinieblas del panteón, como terrible emisario de ultratumba.

Yo, Jason Shelley.»

Así comienza «Anoche salí de la tumba», una novela de terror dividida en dos partes («El relato del muerto» y «Horror en la niebla») de diferente desarrollo e interés, resultando la primera más previsible que la segunda.

En «El relato del muerto», tras los inquietantes párrafos antes citados, se hace una especie de flashback que relata los días anteriores al fallecimiento de Jason Shelley, incluyendo la decisión de Yvette de vender todas sus propiedades para convertirlas en dinero o un ataque previo atendido por el doctor Devlin y la enfermera Maddern, personajes que no son del agrado de la mujer.

El autor da desde el principio pistas poco sutiles que permiten intuir la dirección en la que se dirigirá la trama: lo que va a pasar, quién lo hace, la identidad y el destino de su cómplice etc..., lo que puede ocasionar que el interés por la lectura sea errático hasta la aparición, hacia la mitad de la novela, de un nuevo personaje que se creía desaparecido, Roger Hastings, quien empieza a sospechar lo que ha pasado y parece decidido a investigarlo.

Llama la atención el relato en primera persona del asesino, tanto por lo tópico de sus motivos, su total conciencia de ser malvado (de manual), en la que se recrea casi morbosamente, como por una prosa algo torpe y explicativa en la que mediante una conversación con su cómplice (que ya lo sabe todo) cuenta lo sucedido, la planificación y la razón de hacerlo.

De hecho, también resalta lo caótico de la redacción, que incluye frases desordenadas, algunas tanto que es difícil comprender lo que quiere decir el autor incluso después de varias lecturas, dando una impresión de apresuramiento y falta de revisión que permanece durante toda la novela.

Además, el desarrollo de la historia se ve perjudicado por la «obligada» brevedad que impone el formato en el que fue publicada, con lo que personajes y situaciones potencialmente interesantes, como Charlotte Sanders, cuya sesión de espiritismo y lo que en ella sucede es una de las escenas más inquietantes de esta primera parte, no se aprovechan como sería posible.

«Horror en la niebla» comienza algún tiempo después de forma un tanto desconcertante, en un museo de cera donde su dueño, Zoltan Czek, toma una drástica decisión, de la que culpa al poderoso Bruce Strange.

Esta segunda parte es, en principio, un poco menos previsible, quizá debido a la aparición de nuevos personajes que enriquecen y dan complejidad a la historia, creando nuevas subtramas y la duda sobre cómo evolucionará.

Roger Hastings y su ayudante Rahma se convierten en una especie de Holmes y Watson (al parecer intervienen también en otra novela del autor: «Monstruos en Baker Street») que se hacen cargo de la situación cuando comienzan a aparecer personas asesinadas en circunstancias poco convencionales y testigos que hablan de extrañas apariciones.

Las escenas de terror están descritas de forma expresiva, casi morbosa («Tenía la cara arañada, los brazos desgarrados... Una expresión pavorosa, como la tendría una mujer enterrada viva al querer salir de su féretro... Se movía espectral, lenta, solemne, fija su mirada vidriosa, en unas cuencas profundas, en torno a las cuales la carne humana era ya algo putrefacto, goteando pus o materia hedionda. Un fuerte hedor a muerte, a panteón, a carne podrida, hirió el olfato del aterrorizado Burns.»), dotando a la obra de una ambientación tan intensa como clásica y efectiva.

El interés de Roger Hastings hacia Hazel Reed, los crímenes con connotaciones sobrenaturales, las revelaciones sobre lo sucedido en el pasado y las consecuencias en el presente, la tragedia, la locura o la venganza desde ultratumba, hacen que la historia adquiera un interés que va de menos a más hacia el final de la narración.

En resumen, una novela irregular, en la que tienen cabida el misterio, un horror que recuerda a Poe y a las películas de la Hammer, un poco de romance, giros de tuerca argumentales no muy previsibles y algo de acción.


Cita de «Anoche salí de la tumba»:

«La puerta chirrió levemente. Skelton se volvió para decir algo, sorprendido de su silencio. Emitió un grito ronco, y se le erizaron los cabellos.
Aquella mujer...
Permanecía erguida en la puerta, sus ropas blancas flotaban, entre encajes y lazos. Estaba pálida. Muy pálida. Demasiado pálida. Y aquellas ojeras, aquellas sombras en torno a los ojos negros.
El pelo negro, como ala de cuervo... La belleza pálida.
—Señora... —jadeó, estremecido—. ¿Quién es usted? ¿Qué desea? Se equivocó, sin duda.
Ella no hablaba. Nunca hablaba, al parecer. Se movió. Se movió hacia él. Andaba..., andaba descalza, sobre la alfombra. El roce era pausado, lento.
Las luces de gas temblaron. Skelton tuvo miedo por primera vez, sin saber por qué. Dio un paso atrás. Incluso cometió el error de extraer bruscamente su largo, afilado cuchillo. El que iba destinado a Roger Hastings...
—No..., ¡no se acerque! —jadeó—. ¡No lo haga, señora, o... la mato!
Ella le miró extraña, alucinada. De repente, sus labios exangües se abrieron. Una larga carcajada demencial escapó de aquella boca. Los cabellos de Skelton se erizaron.
Detrás..., detrás de la mujer aquella, morena y fantasmal, venía alguien más... ¡Otra mujer avanzaba hacia él, con paso de espectro!
Skelton Burns entendió de repente. Reconoció a la mujer de ropaje blanco como una mortaja funeraria. Recordó el retrato oval, en el cajón de la cómoda.
—¡Usted! —aulló—. ¡No, no puede ser! ¡Usted...»


***T***


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