lunes, 13 de mayo de 2013

El canto del cisne, de Edmund Crispin

 El canto del cisne, de Edmund Crispin
T.O.: Swan Song (1947)
Editorial: Impedimenta
Traducción: José C. Vales
280 páginas
19,95 €

Argumento:

Durante los ensayos de la ópera «Los maestros cantores de Núremberg», de Wagner, uno de los cantantes aparece asesinado.

Comentario:

«El canto del cisne» es una curiosa amalgama de géneros y tonos, difícil de clasificar, en la que el narrador alterna con habilidad entre los detalles de las óperas que interpretan los personajes, las anécdotas relacionadas con éstas (el autor muestra un amplio conocimiento de la obra de Wagner), dos o tres romances y la investigación de un crimen.

La historia comienza con el relato de nacimiento de un romance y una enemistad en clave ligera y humorística, llena de un ingenio con toques surrealistas que el autor mantiene durante parte de la novela, si bien llega un momento, cuando Gervase Fen ya se ha integrado entre los componentes de la compañía, en que se centra en intentar resolver el caso, como de costumbre aparentemente insoluble, lo que puede producir la sensación de cierta irregularidad en una narración que a ratos parece dividida en tramas separadas más que integradas entre sí.

En cuanto a los personajes, aunque el protagonista es Gervase Fen (en la cuarta de las nueve novelas que protagoniza), su participación está más diluida que en otras obras («La juguetería errante»), dejando su personalidad excéntrica y las referencias a la «relación» que mantiene con su coche Lily Christine III casi en segundo plano, algo que se agradece, pues da más relevancia al resto de los protagonistas y sus tramas: el matrimonio entre Elizabeth Harding y Adam Langley, la conversión de ella en posible víctima y la de él en «ayudante» del detective aficionado, el romance entre Judith Haynes y Boris Stapleton, o la casi surrealista relación entre Charles Shorthouse y su «secretaria» Beatrix Thorn, decidida a proteger al «Maestro» incluso de lo que no desea ser protegido.

Como es «obligatorio» en el género, el autor siembra la historia de pequeños detalles, pistas disimuladas con bastante destreza entre las tramas personales, que luego se demuestran relevantes para la resolución del caso, afortunadamente breve y bien explicada, destacable más por lo que tiene de irónico y de justicia poética que por la forma de esclarecer el clásico misterio al estilo de la «habitación cerrada», pese a su indudable ingenio.

En resumen, una novela bien escrita y muy entretenida, con toques cultos que no llegan a distraer de la trama de misterio, que presta atención a los personajes y se resuelve de forma satisfactoria y no del todo previsible.


Fragmento:

—Por cierto, ¿han venido a verme ustedes por algo en particular?

—Sí —dijo Adam—. Por su hermano.
—Ah, Edwin... —El Maestro no se mostró demasiado entusiasta—. ¿Y cómo está ese condenado?
 —Muerto.
—Así que es cierto... —dijo el Maestro, alegremente—. Recibí esta mañana un telegrama con la noticia. Bueno, bueno. ¿Y cuándo es el funeral? De todos modos, no creo que pueda ir.
—Se cree que fue asesinado.
El Maestro frunció el ceño.
 —¿Asesinado? Qué extraordinaria coincidencia.
—¿Qué quiere decir con «coincidencia»?
—Les diré una cosa —y se inclinó hacia ellos hablándoles en tono confidencial—, si no se lo cuentan a nadie.
—¿Y bien? —preguntó Fen. Parecía estupefacto ante la sangre fría y la insólita reacción de aquel hombre.
—Pues les diré que incluso llegué a considerar seriamente la posibilidad de matar a Edwin yo mismo.
Adam lo miró fijamente, horrorizado.
—No puede estar diciéndolo en serio.
 —Por supuesto que sí —admitió el Maestro—. Estuve pensando en los pros y los contras. —En ese momento Fen murmuró algo ininteligible, y encendió un cigarrillo apresuradamente—. En realidad, la cuestión era qué me resultaría más útil a la hora de poner en escena la Oresteia: ¿su voz o su dinero? No necesito decir que resultaba difícil tomar una decisión al respecto. Edwin era un cantante muy bueno... muy bueno. En cierto sentido, me daba un poco de pena tener que sacrificarlo. Pero... —el Maestro agitó la mano con un sencillo gesto de resignación—, lo primero es lo primero. Y el dilema, después de todo, surgió por su culpa. Si se hubiera ofrecido voluntariamente a financiar la Oresteia, ni me habría planteado matarlo.
—¿Es que no tiene usted conciencia? —dijo Adam, hablando con mucho tiento.
—Bueno, claro... —dijo el Maestro educadamente—, uno siempre tiene sus reconcomios morales cuando surge una eventualidad de este tipo. Y confieso que cuando llegó el momento de ejecutar el plan, no tuve valor para seguir con ello. Siempre posponía el momento... como resultado de una absoluta cobardía moral, lamento decir. Ahora no me lo podré perdonar nunca. Sin embargo, al final todo ha salido maravillosamente. Ha sido cosa de la Providencia, sin duda: la Providencia nos protege, es lo que siempre he dicho... —y miró al techo, como si realmente esperara ver el benéfico espíritu de la Providencia cumpliendo con su labor tutelar. 


***T***


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