viernes, 25 de diciembre de 2009

Don Juan en la Frontera del Espíritu, de J.J. Díez



Argumento:

Juan Valera se va con su sobrino a América para ejercer de Embajador de España en Estados Unidos, en una época complicada, coincidente con nuevas revueltas que amenazan la colonia. Al tiempo, entablará una relación amorosa tardía y desgraciada con Kate Bayard, hija del Secretario de Estado estadounidense.

Comentario:

Confieso que aunque ya conocía los primeros capítulos de esta obra a través de su versión ebook, y sabía que, al menos, estaba bien escrita, me enfrenté a su lectura con cierto recelo, que se disolvió conforme avanzaba en la historia.

El tema de la obra es la estancia de Juan Valera (el escritor, autor de Juanita La Larga, o Pepita Jiménez, entre otras), en Estados Unidos, en calidad de embajador. La novela se inicia con su llegada, y termina con su regreso a España, tras varias tragedias. Reconozco, que aunque he leído dos o tres novelas de este escritor desconocía su faceta política y diplomática, así como su romance con Kate Bayard, hija del Secretario de Estado del presidente Cleveland. Aparte de esta trama principal, hay algunas subtramas que la enriquecen (romances de otros personajes, las revueltas cubanas, manipulación de los diarios americanos a favor de la causa independentista de la isla de Cuba, espionaje, movimientos diplomáticos, etc, etc.). La época histórica reflejada es la que ocupa los años 1884-1886, aunque no se explicita. La mayor parte de la narración transcurre en Estados Unidos y Cuba.

Lo primero que sorprende de esta novela es lo exquisitamente bien escrita que está, y, en segundo lugar, la también muy lograda ambientación histórica, donde se hacen menciones a la moda espiritualista (Blavatksy y similares), a los masones (tan de moda hoy en día por las novelas de aventuras esotéricas), a literatos de la época... El autor afirma en la reseña que muchos de los diálogos de los personajes o comentarios suyos están sacados de documentos auténticos de Valera (cartas, etc). He leido muchas novelas ambientadas en el siglo XIX, pero escritas por un autor contemporáneo, donde se notaba claramente el estilo actual. Esta, en cambio, parece escrita en la misma época, por el estilo moroso, elegante, sin vulgaridades de tono y contenido (incluso cuando describe sexo), romántico, en el sentido más extenso de la palabra, la no necesidad de incluir un "misterio" o intriga que "enganche" al lector... Es decir, es una novela mainstream al más puro estilo decimonónico, una novela de personajes, que son los que sostienen toda la historia.

La no existencia de ese "misterio" tan al uso en la actualidad, y este deliberado pero bien conseguido "anacronismo" estilístico, es el mayor handicap para la obra, a efectos comerciales (lectores acostumbrados a que les "modernicen" a gentes de otras épocas para "empatizar" con ellos), pero se lee bien, y con interés en la mayor parte de su extensión. Hay escenas muy logradas como ambientación, como el viaje en tren y el encuentro con los indios, que tienen el sabor de las viejas novelas de aventuras, aunque esta no lo sea. También hay alguna escena de acción y espionaje, relacionadas con la trama cubana, donde conoceremos aspectos de nuestra historia de los que se habla más bien poco (los movimientos indepentendistas americanos y sus líderes).

Si algo podría reprocharle, y esto es una observación meramente subjetiva, es que me da la impresión de que la obra resulta algo fría de tan pulcra y contenida, incluso en escenas que, por su contenido, son de alta tensión dramática. La impresión general que deja el libro es buena.

Aqui va la obra en versión webnovela. En ella podemos ver fotografías de los protagonistas y de los escenarios históricos de la trama, documentos, cartas o escuchar archivos sonoros con la voz de algunos personajes y música de la época. Es navegable y gratis. Si a alguien le cansa leer en pantalla puede comprar el libro en papel a 11 euros aquí.


Un pequeño fragmento:
Terminó la parada; cuando llegó el coche a la explanada reservada a las personalidades, don Juan se dirigió a la tribuna y Juanito a mezclarse con la multitud. El obelisco lo dominaba todo. A pocos metros del monumento, se levantaba un estrado cubierto, adornado con guirnaldas y banderas, destinado al presidente de la nación y al cuerpo diplomático. Marchas patrióticas atronaban el aire. El himno americano anunció la entrada de Cleveland.

Jessop, en su discurso, trazó un recorrido por los cuarenta años que había durado la construcción del obelisco, hizo una semblanza patriótica de Washington, después, un elogio de la masonería. Para acabar, leyó una oración dirigida al Arquitecto Universal. Ostentaba el Gran Maestro una estampa marmórea. Le rodeaban tres jerarcas de la logia de Columbia; cada uno sostenía en sus manos el libro, el compás y el delantal que pertenecieron a Washington. Cuando terminó de hablar Jessop, Cleveland declaró inaugurado el monumento. Desfilaron las quince logias de la capital y una representación de todas las de América. Cerraban la marcha los Socios Raros, los del Fénix, los caballeros de Pythias, los Hombres Rojos, los de la perfección de Mitra.

El sol había sobrepasado la punta del obelisco y se dirigía de vuelta hacia occidente. Juanito, confundido entre el gentío, divisó a Victoria, a la que Roustan, con el uniforme pomposo de la diplomacia francesa, ayudaba a descender por la escalerilla de la tribuna. Llevaba el vestido rosa pálido que a él le gustaba. Tenía la mirada lejana y aburrida de las jóvenes que asisten a ceremonias en las que deben mantenerse quietas y oír discursos. Juanito intentaba que los ojos de Victoria se cruzaran con los suyos, pero ella los dirigía a la barandilla de madera, o, un poco de reojo, hacia atrás, a donde estaba Roustan. Poco después, derramaba la vista por la zona en la que se encontraba el agregado con la digna inexpresividad de la mujer que se siente observada: los pómulos un poco afilados, los labios prietos. Cuando bajó del estrado, Juanito la vio sonreír mirando en su dirección: desapareció la máscara oficial, brotaron el reconocimiento y la simpatía. Era en su dirección, sí, pero no estaba seguro de ser él el destinatario de la ruptura luminosa de su rostro. No era él. El joven cubano se acercaba, la saludaba. Llevaba un delantal con la bandera de Yara: franjas azules y blancas, triángulo masónico rojo, dentro, la estrella solitaria

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