Aunque el autor ha tomado las características de la isla, y de sus vecinas, en especial Nightingale, una reserva natural en la que transcurre alguna escena, resulta interesante leer cómo las ha utilizado para adaptarlas a lo que quiere contar, por ejemplo aprovechando la presencia de algunas especies animales de Nightingale para que Alfie, un amigo de Charlie, le ponga ejemplos que le ayudan a comprender algunas situaciones y comportamientos humanos, y decidir en consecuencia.
La narración se desarrolla en dos épocas. La actual (2018) está redactada en tercera persona y presente, y se alterna con las vivencias de Charlie en 1998, contadas en primera persona y pasado por él. Como es lógico, el policía es el personaje más y mejor desarrollado. Desde el dolor por la temprana viudez, la necesidad de reencontrarse con su hija, el interés por ver películas románticas, el sentido del humor, que pocas personas saben apreciar, la insistencia, un tanto exagerada, en repetir cuánto le gusta beber (cerveza) y comer (fritos), su lucha para evitar los prejuicios o el identificativo chaleco de la Policía Metropolitana que viste durante casi toda la obra. Destaca además su sentido de la amistad y su firme intención de hacer lo correcto a pesar de las presiones que recibe.
Los demás personajes relevantes son los habitantes de las islas, especialmente Alfie Hawkins, un científico de quien el protagonista se convierte en amigo a primera conversación y con quien tiene algunas de las mejores y más emotivas escenas de la novela. También Aron Glass, que desaparece transcurridos dos tercios de la novela, o el joven policía Mark Rogers, con quienes establece una buena relación. Y, por supuesto, el gobernador David Roberts, su elegante antagonista. Aunque hay algunas mujeres, su papel es secundario, incluida la hija de Charlie, Katherine, la maestra, Linda Griffin o Kelly, propietaria de Albatros, único pub del lugar, que tiene, quizá, la intervención femenina más interesante.
La parte del misterio está muy bien llevada. Desde el principio, cuando Charlie comienza a relatarle la historia a su nieto, Eric, se sabe que, veinte años atrás, desapareció un habitante de Tristán de Acuña, y que él fue el encargado de investigar lo sucedido. Y cuando embarca con Roberts en el S.A. Agulhas, se aprovecha la semana que dura el viaje tanto para profundizar en las personalidades de los protagonistas como para establecer las posibles enemistades de Glass.
Durante los primeros días en Tristán de Acuña, mientras Charlie resiste las presiones de Roberts, aparecen más personajes y posibilidades, y se incide en las peculiaridades de la isla y sus habitantes. Si bien en algún momento parece que la historia no arranca (la desaparición y su posterior investigación), las vivencias de los personajes, el tono ligero, de fácil lectura, y el humor, algo repetitivo, del protagonista consiguen que no se eche mucho de menos.
De hecho, debido a que el autor no engaña en ningún momento, es fácil deducir lo que pasó por ciertos detalles que se conocen casi desde el comienzo, en los primeros capítulos. Curiosamente, eso no resta interés a la lectura (siempre existe la posibilidad de errar, y el deseo de confirmar las sospechas), siendo incluso un aliciente para seguir leyendo hasta una resolución satisfactoria.
Se echa en falta una explicación de lo sucedido tras el suceso, lo que fue de los habitantes de la isla, cómo les afectó lo ocurrido (se resuelve, claro, lo de Aron, y si Charlie y Alfie vuelven a verse), incluso cómo se llega a la situación actual, quizá un “sacrificio” para potenciar el impacto de la última frase.
En resumen, No hay crímenes en Tristán de Acuña es una novela bien redactada y estructurada, que mantiene el ritmo, con personajes interesantes, un poco de crítica, no muy profunda, a las manipulaciones e intereses políticos, y muy entretenida.
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